
Hace tres meses, me sobrevino una tos persistente, que no pude superar ni con el jarabe que preparaban en casa cuando niño, con cebolla picada, rociada con azúcar y dejada al “sereno” para que destilara y fuera bebida al día siguiente en ayunas (santo remedio entonces). Mi matasanos de cabecera no recurrió al jarabe, sino que me ordenó una radiografía de tórax y antibiótico, recomendación que se repitió diez días más tarde, pero las manchas que aparecían porfiadamente, en el lóbulo superior derecho de mi pobre pulmón, se acentuaban cada vez más hasta empañar el sector de blanco por completo. Entonces ya no fue una radiografía sino un scanner, pero mis escasos recursos de jubilado, no me dieron para tanto ($ 63.000) y solicité al de “cabecera” que me derivara para el Hospital, en el cual, entre la tarjeta PRAIS y el Plan Auge, me resolvieran el drama del costo. Así fue que permanecí por 12 días en el Hospital Regional, sometido a exámenes, análisis, biopsias y scanners, además de un estricto control de la diabetes, pues la glicemia se enojó con mi cuerpito y se dio rienda suelta. Cuento corto, como dicen los flojos, la temida sentencia: hay tumor canceroso, con característica de malignidad en el pulmón, inoperable por su cercanía con el sistema circulatorio y la tráquea. La solución: viajar a Valdivia a someterme a una quimioterapia. Pero la noticia corrió como un reguero de pólvora entre mis amigos, familiares y cercanos, y la solidaridad comenzó a hacerse sentir a través de correos por Internet y así fueron apareciendo soluciones alternativas: que el Hospital Hopking, el Té de Kombucha, que el brócoli y el espárrago, el noni y lisado de corazón, que el cloruro de magnesio y el bicarbonato de sodio, los curas brasileños y la filosofía espiritualista, el veneno de alacrán azul de Cuba, en fin. Pero no me había dado cuenta de lo que tenía más cerca, en casa, el biomagnetismo, insospechada alternativa que me dijo desde un comienzo: “no hay cáncer”. Me quedé con esa opinión además de una síntesis de todo lo que golpeó “la puerta” de mi computador y aquí estoy, subiendo de peso y cada vez más convencido del biomagnetismo y de las terapias alternativas, pero lo mejor es que “no tengo cáncer”.