
Somos el país de Latinoamérica con el menor índice de delitos violentos (homicidio, secuestro, etc.), pero el que más se preocupa por el tema de la delincuencia. Este es un tema frecuente en los medios de prensa nacional y en las políticas gubernamentales, que ha llevado en los últimos 10 años a duplicar la población penal. En resumen: tenemos miedo. El miedo es una respuesta natural de ser humano ante un estímulo peligroso, pero a veces (y este podría ser el caso) puede patologizarse y tornarse desproporcionado. Es por esto que me interesa referirme al aislamiento que provoca este problema: el aislamiento de mi otro, de mi semejante.
La separación socioeconómica en zonas urbanas es una realidad evidente. Barrios que han sido “abandonados” en un éxodo a sectores con condominios o departamentos con seguridad privada, con colegios privados, con áreas verdes privadas, etc. No pretendo hacer un juicio de valor sobre la decisión de muchos padres de trasladar a sus familias a vivir a un lugar más seguro, pero sí ver lo que genera en nuestra condición y calidad de vida general. Nosotros (“los buenos”), contra los delincuentes (“los malos”).
La cárcel ha demostrado ser una medida ineficiente…no hay relación positiva alguna entre aumentar la cantidad de presos en cárceles y la disminución de la delincuencia. En otras palabras; encerrar a los delincuentes no disminuye la delincuencia; ¿porqué?, porque está asociada a la pobreza. Ojo, que no estoy diciendo que no existan psicópatas o perversos tras las rejas, pero créanme que son un porcentaje ínfimo. El resto son personas que provienen de realidades sociales que “producen” un delincuente; un problema social, un problema de todos nosotros, que no se soluciona construyendo cárceles y aislándonos en condominios.