Si usted va de visita al Palacio de Versalles, en Francia, vaya prevenido, ya con todo el esplendor de su construcción arquitectónica, carece de baños; quienes lo habitaron desconocían el uso de papel higiénico, todo producto de la digestión humana era arrojado por las ventanas hacia los jardines. Dada la falta de aseo que permitían las costumbres de la época, las habitantes de palacio se valían de abanicos para espantar el mal olor que salía debajo de sus vestidos. Los baños se tomaban tarde, mal y nunca, porque en palacio no existía agua corriente. Las dificultades para el acarreo del agua, hacían del baño un rito que se realizaba dos o tres veces al año, su orden era riguroso: el padre era el primero en introducirse en la tina, terminando él, le seguía el resto de los hombres de mayor a menor, luego les tocaba a las mujeres, en el mismo orden, luego los niños y finalmente las guaguas. En la época de la Edad Media, los casamientos se realizaban a comienzos del verano y como el primer baño del año era un par de meses antes, los malos olores se empezaban a dejar sentir, de manera que las novias solía hacerse acompañar de ramos de flores para tratar de paliarlos, de allí la costumbre del ramo de flores que perdura hasta nuestros días. Si usted ha tenido un perspectiva panorámica de los jardines de palacio, se va a maravillar con su ingenioso diseño, pero sepa usted que como en palacio no habían baños, los habitantes y asistentes a las fastuosas fiestas que allí se ofrecían, solían hacer sus necesidades a campo traviesa, detrás de cualquier arbusto que lo ocultara del resto, de manera que la fetidez ambiental era disimulada con las numerosas platabandas de flores que proliferaban por doquier. Para comer se usaban platos de estaño, metal que reaccionaba con ciertos alimentos y con la falta se aseo provocando muertes por envenenamiento, pero le echaban la culpa a los alimentos. Con los vasos del mismo metal, ocurría algo similar, reaccionaban al contacto con el wisky o cerveza, provocando un estado narcoléptico que los hacía parecer muertos; entonces se los ubicaba en el mesón de la cocina por unos días, si reaccionaban, bien, pero si no, eran enterrados, de allí la costumbre del velatorio que hoy conocemos. ¿Le habría gustado compartir estas costumbres con esas glamorosas damas y elegantes señores?