
Esta tendencia tiene puntos a favor y en contra. Aunque muchos consideran que más perjudica que favorece, porque se convierte en una carta de presentación que puede ser mal utilizada, cayendo incluso en la discriminación.
Atrás está quedando la intención que primó en algún tiempo, de generar igualdad con el uso del mismo uniforme en la mayoría de los estudiantes. Aunque hay que reconocer que las instituciones siempre buscaron uno u otro elemento para diferenciarse de sus pares.
Es así como ese detalle se amplió hasta llegar a diseños y colores totalmente distintos entre cada colegio.
No obstante, esto ha generado en muchos padres un gasto extra, porque no pueden comprar el uniforme de sus hijos en cualquier parte y el mismo hecho de que su diseño sea especial, genera un costo más elevado.
“Antes no había tanto detalle. Ahora hay que buscar el uniforme que corresponde al colegio y además los hijos piden diseños especiales de zapatos, mochilas y muchas otras cosas que, finalmente, sólo hacen que sea más cara la cuenta”, manifestó la apoderada María Paz Barría.
Una opinión contraria fue la que emitió Claudia Paredes: “Prefiero esto de los uniformes claramente diferenciados, porque uno puede tener más control. Es más identificable”.
Más allá de las percepciones personales, el Ministerio de Educación (Mineduc) tiene reglamentada esta materia. Incluso, es claro en cuanto a que ningún establecimiento puede exigir el uniforme.
“Por ley no se puede dejar afuera a un alumno que no tenga el uniforme”, afirmó el supervisor de educación del departamento provincial, Nelson Santana.
No obstante, la facultad que poseen las direcciones de los colegios, los centros de padres y de alumnos, es acordar que en la institución se ocupará cierta vestimenta, la cual debe ser respetada por la comunidad escolar.