En todo el mundo hay calles del desconsuelo que nos dejan sin palabras, en donde nadie conoce a nadie, y a nadie le importa las penas del vecino. Cada día son más las avenidas dolorosas por las que transitan vidas desesperadas. Penas que se acrecientan, porque la humanidad se ha divorciado del vínculo humano. Vivir ya no es humanizarse ni hermanarse, sino más bien trepar hasta las cumbres más poderosas, no importa que lo sea bajo el imperio de la necedad, haciendo trampas o poniendo en escena el orgullo, para quien todo se reduce a su propio yo. No en vano, tres cuartas partes de los mayores conflictos del mundo tienen una dimensión cultural, o sea, una dimensión inhumana, propia de una sociedad excluyente, que margina todo lo que no sea productivo. Sin duda, hay que desaprender esta forma de vida y aprender que todos, y cada uno de nosotros, precisamos ser aceptados por el simple hecho de ser personas. El desconsuelo de las calles, cuajadas de almas humanas, es sólo un mero espejo del dolor que sufren personas sin recursos y sin trabajo. Hace bien, pues, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su anual Conferencia a celebrar entre los días 2 al 18 de junio en Ginebra, aborda el empleo como objetivo estratégico. Es lo fundamental, máxime ante el aumento sin precedentes del desempleo, el subempleo y el trabajo informal que asola todo el planetario. Porque no sólo hay que recuperar un trabajo decente para todos, también su dimensión humana. Incuestionable, el mundo debe funcionar mejor, es decir, más éticamente. Lo cruel es que la consideración brilla por su ausencia, inclusive en los gobiernos, y, el diálogo social, ni honestamente se propicia, ni tampoco se participa con afán de tolerancia. A lo sumo, se queda en las buenas intenciones. No pasa del papel y de la foto. Y así, desde luego, no se puede dar forma a una globalización justa y sostenible.