
Más de alguno de nosotros, se ha encontrado recordando su paso por las instituciones educativas, reviviendo recuerdos tremendamente positivos y algunos que no lo son tanto. Imaginar “escuelas alternativas”, “escuelas libres”, “universidades sin muros”, donde pudiéramos crecer adquiriendo habilidades que nos hicieran seres humanos autónomos para enfrentar la vida con herramientas sólidas, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se nos presentara. Algo ha pasado a través de los años, donde a pesar de las reformas a la educación, no hemos podido visualizar los avances de impacto social en la base cultural de nuestro país. Ninguna, ha sido lo suficientemente fuerte e integral para valorar las habilidades cognitivas en igualdad con las afectivas. Al parecer se ha dificultado realizar la adición del conocimiento de sí mismo y de la conducta interpersonal, a los ya conocidos dominios cognitivos. Requerimos innovación en los procedimientos educativos. Es necesario, tener en cuenta que profesores y estudiantes, son por igual, humanos al experimentar un sentimiento como componente de todo conocimiento. Si se admite esto, aún de manera parcial, estudiantes y profesores estarían en un nivel de igualdad, menos dominados por el miedo, sin la crítica dura, de una sociedad que no comprende en su totalidad los procesos educativos. Buscar que la sociedad sea, en pleno una gran escuela de valores y acciones constructivas; comprometer a los actores educativos (apoderados, profesores, equipos de gestión, paradocentes, etc.) para construir políticas conjuntas dentro de los establecimientos, sin delegar en algunos pocos las responsabilidades que nos caben a todos. Es la escuela donde aprendemos las primeras experiencias de vida en comunidad y participación democrática, así como aprendemos la desconfianza y el individualismo como parte de todos los estilos que marcan el aprendizaje. Aprendemos colaborando, explorando nuestros propios intereses, aprendiendo que nuestra cultura individual forma parte de la cultura social y pública. En la escuela, desarrollamos la convicción de la perseverancia como camino a nuestros objetivos. Creer en la formación que adquirimos y esforzarnos por mejorar, nos da la oportunidad de entregar las herramientas precisas para modificar nuestro contexto, aún el más desfavorable. Tener la confianza, que por medio de la educación nos hacemos más fuertes y rompemos el círculo de la pobreza económica y cultural.