El lenguaje, afirman muchos
expertos, es un proceso de aprendizaje cotidiano, en el cual inciden los medios
de comunicación, los avances tecnológicos y el entorno de cada persona.
Un código de signos y sonidos que pueden ser decodificados desde los primeros años de la existencia de cada ser humano y que establece diferencias con los animales, los pájaros y los insectos.
Por supuesto, aunque los perros reciban afecto,
alimento y entrenamiento, es difícil, mejor dicho, imposible, que pueda
sostener una conversación acerca de las actuaciones de algunos líderes
políticos.
Los gatos ronronearán horas y
horas, se restregarán contra las piernas de sus amas, pero no pueden comentar
los detalles de una telenovela turca.
Una abeja nunca podrá indicarle a
un ser humano donde está su colmena, cargada de miel, a la que otras abejas
también deben llevar el almíbar extraído de las flores, aunque muera volando.
El canto de un gallo podrá
despertarlo muchos amaneceres, hasta que sea llevado a la olla, pero no puede
entregar el secreto de su encanto y, menos, el éxito de sus conquistas.
No, porque aunque canten, ladren,
aúllen, graznen, parpen o emitan otros sonidos,
los animales no tienen alfabeto, no saben y no pueden leer texto alguno,
por muy inteligentes que nos parezcan.
Pero los humanos sí podemos,
aunque hay muchos a los que muchos dejarían mudos ¿O no?
Neolenguaje
Hasta hace un par de años, el lenguaje
cotidiano incluía lo que era eso, habitual, diario.
Desde mamá, papá, hermano, tío,
tía, nana o nono, hasta los términos más avanzados de la medicina, la
ingeniería y otras ciencias, se construían a partir de lo conocido.
Sin embargo, con el advenimiento
de nuevas tecnologías, el lenguaje y sus giros y sus dichos más tradicionales,
más picarescos, más locales, más cercanos al entorno de las personas, empezaron
a ser desplazados y cayeron casi en el olvido.
El destacado escritor,
recopilador cultural, cantautor, poeta, folclorista Mario Isidro Moreno, señaló
que eso es así.
“Son pocas las personas que
recuerdan giros y dichos, populares hasta hace un tiempo. Por ejemplo, para
describir una infidelidad se hablaba de “comer la color” a la víctima de esa práctica
amatoria clandestina, a la cual se le señalaba, también, con que “le están
quemando el espinazo”, “le pusieron el abrigado” (por el gorro) o “le jugaron
la talquina”, aludiendo a que en esa ciudad los engaños, algunas vez, no se
sabe ahora, andaban a la orden del día.
Moreno tiene, al menos, un libro
en que alude a esos giros y dichos populares magallánicos, y de uno de ellos ,
“Raíces magallánicas”, se tomaron algunos como “Cahuín”, fiesta, en mapudungun,
y chisme en castellano; “Block”, de origen inglés, y que no es otra cosa que un
mazo de hojas pegadas; “Tuto”, de origen quechua, que significa, noche, dormir;
“Panqueque”, del inglés “pancake”, torta de harina blanca, con leche, huevos y
mantequilla; “Chopazo”, del quechua, “puñetazo”; “Cocaví”, del quechua “kokan”,
comestible para un paseo, y con el mismo origen, “Concho”, que significa
residuos, restos de algo.
Y así podrían darse centenares de
ejemplos de cómo el lenguaje se ha ido nutriendo de palabras de diverso origen,
pero que, en su mayoría, los jóvenes de hoy desconocen:
“Cacharpero”, “Macana”,
“Biromen”, “Curiche”, “Aro aro” y hasta “Baqueano o baquiano”, “Gomería”, entre
otros que corresponden, respectivamente, a caballo de carga; mentira o
exageración; bolígrafo argentino; gente de
piel negra; una forma de poner fin a un canto o a un baile; destreza, hombre
experto y una forma de designar un taller de vulcanización o cambio de
neumáticos.
Algunos dichos
También, afirmó Moreno en su
oportunidad, los dichos populares de la zona centro – sur de Chile, “huasa” por
excelencia, han ido yéndose al olvido por desuso, por la influencia de la
televisión o porque los abuelos y los padres se los llevaron al “Más Allá”.
El escritor natalino Ulises
Gallardo, un luchador de la causa obrera en Magallanes, sobreviviente de una
dura persecución, en un libro prologado por Francisco Coloane, recopiló hace
setena años ya, más de trescientos giros, dichos y adagios en una obra titulada
“El Lenguaje del Pueblo”, que Mario I. Moreno, guarda como “hueso de santo”.
El primero de esos dichos afirma
que “Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo”; que “No todo lo que brilla
es oro”; que fulano o fulana “Pisó el Palito” y que “La Verdad, aunque severa,
es amiga verdadera”.
Más adelante, se puede leer
“Siendo moda, no incomoda”; “Como la grasa de caballo”, por lo poco útil; “Las
paredes tienen oídos y los matorrales, ojos” o “No tiene dedos para pianista”;
“Tiene santos en la Corte”; “No tiene pelos en la lengua”, “En la puerta del
horno se quema el pan” y también “Zorro viejo pierde el pelo, pero no pierde
las mañas”.
Y lo tres que ponen fin al obro
de Ulises Gallardo:
“A Dios rogando y con el mazo
dando”; “Mete la cuchara” y “No le
amarraron las manos cuando chico”: el primero, no requiere mayor explicación;
el que le sigue alude a los intrusos de siempre, de aquí y de allá, y el
último, a los galanes que son aficionados a las caricias más audaces.
No cambia
Mario Isidro Moreno llamó la
atención acerca de la palabra madre, que puede leerse como mother, en inglés;
mutter, en alemán; mamae, en portugués; Mamer, en suizo; Mitera, en griego;Mer,
en francés, Mamma, en italiano; Ñuque, en mapuche; Dabi, en yagán; Chaki, en
kawéskar, Ma:n, en Aóniken y Mamma, en hindú.
Todo un aporte lingüístico que pocos conocen, ya que la moda de estos tiempos tecnológicos apunta a “chatear”, con tantas “yigas” de velocidad; “wazapear” cuanto se pueda o a “tuitear” o “gluglear” hasta que se encuentre lo que se busque.