Puede ser considerado como fuera de foco detenerse a valorar la existencia del próximo Solsticio de Invierno, tomando en cuenta la gravedad de los problemas sanitarios, sociales y políticos que estamos enfrentando. Sin embargo, los resultados concretos de todas nuestras acciones para reorientar hacia un lado positivo los efectos de un virus demuestran, dramáticamente, que el anhelado progreso humano parece no depender solo del crecimiento material de la sociedad, sino que requiere de un componente adicional subvalorado y, con mucha frecuencia, ignorado. Este componente que siempre aflora cuando las circunstancias se ponen amenazantes para la continuidad y supervivencia de lo humano, tiene que ver con el ámbito de lo espiritual, inevitablemente apoyado en un conjunto de normas morales y éticas. Estas no pueden faltar en ninguna circunstancia trágica y a ellas se apela cuando se deben tomar decisiones que impactarán a la humanidad. Este ámbito permite apreciar la importancia que tiene valorar costumbres de sociedades ancestrales, subyacentes a la continuidad del género humano y al nacimiento de un humanismo que considera a hombre y mujer como un fin y no como un medio. El Solsticio de Invierno tiene que ver justamente con futuro y con esperanza, aspectos que hoy aparecen enmarcados por una gran incertidumbre. A partir de esta fecha, los días comenzarán a alargarse y en esta nueva culminación del peregrinaje solar hacia su máxima distancia respecto de nuestro planeta, es necesario establecer una nueva religación con los ritmos de la naturaleza, apostar por una recuperación de la memoria ancestral y estimular el fortalecimiento del carácter laico de las celebraciones comunitarias. La cada vez mayor distancia con estas cuestiones valóricas fundamentales, mantiene en suspenso el futuro de la sociedad liquida no solidaria en la cual estamos insertos y nos hace olvidar a quien está al lado, a quienes estamos dejando atrás y, principalmente, a quienes vendrán a sucedernos.
El futuro que nos espera y que tendremos que ofrecer a las nuevas generaciones ya fue sobrevendido por las generaciones pasadas y no es prometedor, requiere de muchos sacrificios en estilos de vida, costumbres que deberemos dejar suspendidas en el tiempo y basarnos en principios éticos estrictos que nos reorienten, en el menor tiempo (y generaciones) posible, hacia una mirada de amor verdadero a la naturaleza ya la vida humana y animal puesta en ella. La vida de las generaciones futuras que aún no están sobre el planeta depende de ello. También debemos ser capaces de construir proyectos políticos y de sociedad basados en la más profunda adhesión de los ciudadanos, comprometidos y activos, y líderes que sean merecedores de esa posición para generar acciones que se traduzcan en progreso sustentable para la sociedad. Es la manera con la cual podríamos avanzar por sobre los prejuicios, los intereses creados, la falsa autocrítica, las ideas convencionales y esquemáticas, que forman el ejército invisible (a menudo mercenario) contra el cual las guerrillas interiores habrán de emprender la lucha por la libertad creadora, representada por el solsticio de invierno.