Frente a un panorama tan incierto como ha sido el de pandemia, surgen una serie de incógnitas y de proyecciones difusas e inciertas de cómo se presenta la educación superior para el futuro. De una infinidad de acreditaciones y certificaciones que se demandan hoy, que más que abrir una puerta al desarrollo se han transformado en aumento de burocracia, y de restricciones para la creación, y la libertad en que se debe mover la educación, se ha transformado en marcar la ruta de lo que se cree debiera ser la educación superior y la universidad.
¿La realidad que vivíamos el 2018 y 2019 será la misma para el 2021-2022 y del futuro? No lo sabemos; sin embargo, hemos tratado de desarrollar la educación superior en un escenario incierto de pandemia similar a la “Tercera Guerra Mundial”, como si fuera un escenario regular. Unesco ha sido muy explícita indicando que algunas instituciones de educación superior no serán capaces de resolver el desafío y, lo que es más, no estarán a la altura.
En este escenario líquido, a la educación se le mide con instrumentos y estándares de normalidad y de regularidad en una realidad que no existe.
Todo esto indica que la enseñanza superior debe buscar una forma de adaptación, de supervivencia, tal que le permita enfrentar este escenario complejo y otros muy similares y permanentes que se producirán en el futuro. Por otro lado, si ha habido concesiones que son del todo justas para enfrentar el 2020 y el 2021, la educación no puede vivir de concesiones permanentes, simplemente porque sus estudiantes serán profesionales con exigencias reales.
El modo a distancia, online o digital, llegó para quedarse, pero requiere de una adaptación de planes, programas, en la forma y las metodologías que cada académico deberá aplicar, con plataformas, conexiones y tecnología “ad hoc”.
Los cursos, las asignaturas, serán desarrollados con metodologías digitales, acordes a los actuales desafíos, lo que indica una preparación de profesores y reconversión de otros; con estudiantes comprometidos en el cambio de la digitalización, cambio que requiere de estudiantes conscientes que ayuden a construir y a formarse en aulas virtuales, con compromisos éticos fuertes, en tiempos virtuales (diferentes a los presenciales), medidos desde los resultados.
El sistema digital actual no resiste cámaras apagadas, estudiantes ausentes o estudiantes en la oscuridad del anonimato como quien ve televisión. Esta nueva forma exige estudiantes proactivos/as que desarrollen tareas, trabajos, investigaciones desde la NO universidad física (desde la nueva universidad virtual, la casa, el trabajo, etc.). Requiere de estudiantes con un nivel de abstracción que les permita resolver problemas y diseñar soluciones, donde los estudiantes busquen con interés que el profesor los certifique en su competencia o conocimiento, haciendo un verdadero equipo de trabajo. Equipo que debe reunirse sin restricciones para ver el problema y discutirlo de diferentes perspectivas, teniendo claro cuál es el objetivo de educación de excelencia.
La presencialidad deberá estructurarse bajo estándares de estricta seguridad para plantearse desde aquella esfera de lo necesario, de lo irrenunciable; donde las actividades presenciales conversen con un sistema híbrido de compromiso igualmente fuerte cuando es a distancia. Buscando la inclusión de aquellos o aquellas estudiantes donde el esfuerzo será similar o superior a cuando el modelo era cara a cara.
Si no fuéramos capaces de eso de seguro la educación superior estará en la lista de aquellos que enfermaron por Covid-19 y que lamentablemente no fueron capaces de recuperarse, mientras vivían en un escenario de crisis.