Recién estamos a un par de semanas del inicio de las sesiones de la Asamblea Constituyente y encontramos a numerosos personajes con mensajes sin contemplación sobre el proceder de sus actores. Como buitres observan desde las alturas, déspotas e intransigentes pretendiendo desprestigiar su accionar, las medidas y reglamentos que se quieren adoptar y con ello afirmar que lo que se le instruyó por la ciudadanía no está bien conducido. ¿Cómo se puede tener claridad cuando se trata de una instancia que no tiene precedente y que busca decantar el pensamiento colectivo de millones de personas a través del actuar de unos cuantos? El alma de nuestro país está en pena. La crisis humanitaria, social, política y económica en que nos encontramos sumidos es muy profunda y ha herido a todos en distintas dimensiones. Algunos, muy pocos, han salido ilesos y/o han tenido beneficios y les da lo mismo intentar comprender a los demás. Siempre supimos que un grupo estaría allí para observar desde los palcos y a través de sus mensajes, muy bien acogido por los medios, pretender multiplicar sus escasas voces como si fuesen mayoría. Nadie puede sentirse orgulloso de despreciar los sentimientos de dolor, los mensajes erróneos, de confusión, de catarsis, de desorientación en todo este proceso de instalación. La mayoría de quienes integran el hemiciclo son personas que no tienen preparación política y han llegado arrastrando pesadas mochilas de legítimas reclamaciones de sus electores, con una necesidad de exponerlas como si fueran heridas abiertas. ¿Habrá alguien que, llevándolas como cruz, las habrá soportado estoico sin elevar una queja al cielo, sin un improperio o sin un exabrupto? Son personas que provienen de una multiplicidad de sectores que, desde siempre, han estado invisibilizados y que, en una etapa de duro reconocimiento, tratarán de encontrar vínculos comunes con otros para establecer confianzas y no traicionar sus convicciones. Ya el Padre Hurtado había descrito esa pena y lo ratificó y lo puso en los altares Raúl Silva Henríquez, y lo han hecho carne entre otros Felipe Berrios y tantos otros que han tomado la decisión de padecer junto al pueblo privándose de las prebendas de dignidades que han podido ostentar por sus cargos o por sus orígenes. En vez de oírlos a ellos, debemos escuchar o leer las peroratas que las editoriales nos proponen y que ocupan sus espacios como si de grandes pensadores se tratara. La tarea que deben desarrollar no es fácil, nadie la pensó ni previó así. Chile es como un cuerpo arrastrado, mutilado, azotado, quemado y torturado igual como un paciente que sufre un accidente atroz. Chile entró a un servicio de intervención inmediata y urgente. Son tantas las heridas, fracturas y sangramientos que hay que intentar, por todos los medios, que el lesionado no se muera y que las curaciones de cada flagelo sean aminoradas para evitar dejar cicatrices. Cada extremidad y cada órgano es útil al cuerpo completo y no es cirugía plástica sobre la piel lo que se requiere para aparentar que estamos bien. Lo más importante es lo que siempre hemos estado diciendo: el Alma de Chile es la que debe sanar y lo hará cuando cada uno de nuestros representantes sea un remedio a esa sanación y no una piedra que moleste o un grano de sal que la haga arder. Cuando hay gente dispuesta a arrojarles sal a las llagas con comentarios hirientes y/o descalificatorios es difícil avanzar hacia la búsqueda de una sanación que no deje cicatrices como las que el cuerpo de Chile exhibe. La paciencia es lo más importante para lograr una verdadera curación. Nada es inmediato y las células requieren tiempo para reacondicionarse y luego habrá que entrar a un larguísimo período de rehabilitación social, donde deberemos reaprender a caminar y hacerlo solos. No se debe perder la perspectiva de lo que se busca, y ese trabajo lo debe realizar la Convención de la mano de la presidencia y vicepresidencias de la mesa. En ellos confiamos para cuidar que las células cancerígenas no logren su objetivo. Cada uno de los que está allí quiere lo mejor para nuestro país, no nos cabe duda alguna, pero mientras no se alejen de sus predicamentos partidistas, sectarios o de intereses de quienes les apoyaron, tendremos un problema no resuelto y los pitos de emergencia seguirán resonando. Paciencia para esperar que las aguas se aquieten y puedan, definitivamente, ponerse a trabajar y obtener el texto esperado.