“Cada vez somos menos”, comenta con un dejo de melancolía Rubén Cheuquelaf.
En un Chile distinto, mucho más atrasado y carente que el actual, miles de jóvenes profesores provenientes de las escuelas normales hoy extintas, conformaron durante décadas la columna vertebral del sistema educativo que formó a millones de chilenos, de Arica a la Antártica.
“Celebramos
el Día del Profesor Normalista el 26 de agosto de cada año. Mi
generación es del año 1969”, comenta el docente formado en la Escuela
Normal de Victoria.
-¿Qué caracterizaba la formación del profesor normalista?
-La calidad de educación que recibimos como maestros en la ciudad de Victoria, esta escuela fue el alma máter de cientos de chilenos. Diría que era distinta a la actual y que nos llevaba a destinar mucho más tiempo al contacto con la familia. Cuando un niño faltaba, se hacían visitas domiciliarias para averiguar por qué el niño no asistía. Eso hoy se hace, pero no tanto como antes. Incluso llamábamos a Carabineros para averiguar qué ocurría”.
“Nosotros en la Escuela Normal recibíamos una formación íntegra, incluso con habilidades musicales, culinarias, hasta aprendiendo a cocinar. En La Araucanía, yo trabajé haciendo la práctica cerca de Cunco y me tocaba hacerles la comida a los niños y hacer el aseo en la escuela, todo eso que hoy los profesores no hacen. No digo que ahora no estén comprometidos, pero es distinto. Esa era nuestra realidad, hacíamos huertas en el campo con los niños y así otras actividades para la vida, como enseñarles mallas para hacer cercos, plantar árboles nativos y todo ese tipo de cosas”.
Más tarde, Cheuquelaf estudió educación diferencial y se casó con unaprofesora de la misma área, con quien se vino a Magallanes. Ambos hicieron una importante labor en el desarrollo de la educación diferencial; en 1975 lograron la creación del Centro de Diagnóstico y, más tarde, su esposa logró la construcción de un centro laboral para los estudiantes de la carrera, que funciona hasta hoy en calle Zenteno. “A ella sus jefes le dijeron que era imposible, y ahí está”, dice con orgullo.
Cheuquelaf
desarrolló el resto de su carrera en el Ministerio de Educación. “Entré
al área de supervisión y siempre trabajé para el Mineduc. No hice
servicio municipal y lo más destacable fue ir a supervisar y apoyar a
los colegas de Villa Las Estrellas en la Antártica. En dos oportunidades
viajamos para allá a apoyarlos y desde aquí de Punta Arenas siempre
enviando materiales, y finalmente jubilé, hace cinco años, como jefe del
Departamento de Educación de la Seremi de Educación”.
-¿Qué le llamó la atención de Magallanes?
“En
el norte había grandes falencias, pero Magallanes siempre me ha
demostrado tener un nivel cultural en las familias -y por ende en los
niños- muy superior al resto del país. Yo fui jefe del Simce por cinco
años y en toda la región coordiné las actividades para medir los avances
educacionales de los niños, y me di cuenta que aquí había un avance
sostenido. No espectacular, pero siempre Magallanes sacó los mejores
puntajes en el Simce mientras estuve a cargo del proceso. La región
tiene un nivel cultural y superior a muchas partes del resto del país”.
-Y en esta realidad tan lejana, ¿cómo ve el aporte de los profesores normalistas?
“Aquí
nosotros tenemos un crisol de normalistas desde Antofagasta, pasando
por las distintas escuelas normales que funcionaron, la Normal N° 1 de
Santiago, la Normal de Angol y la Normal de Ancud. Diría que la mayor
parte de nuestros colegas provienen de esa escuela. Y lo más relevante
es que entraban a estudiar a los 15, 16 años y salían de profesores a
los 18 y 19 años. Hoy los profesores salen de la universidad con 23
años. Los ‘normales’ trabajamos desde Arica a la Antártica, incluidos
Puerto Williams -donde una colega trabajó muchos años-, Cerro Castillo y
Cerro Sombrero, donde todavía hay un colega trabajando ahí, pero cada
vez trabajamos menos”.
- ¿Cómo era la vida en la Antártica?
“Bueno, allí la vida para los colegas era un poco difícil, porque las Fuerzas Armadas tienen su forma de operar y muchas veces los profesores se sentían no muy cómodos con la forma en que los trataban. Nosotros fuimos y logramos conciliarlo”.
-¿Y qué les reclamaban?
“Situaciones
personales. Cuando son tan pocas personas, cualquier cosa causa
resquemores, pero fueron detalles porque la mayoría de los colegas que
allí trabajaron no tuvieron mayores problemas. Mientras yo estuve a
cargo, que fueron ocho o diez años.Tenían la ventajas eso sí de que eran
tan solo seis alumnos y hasta 12. Los colegas eran un matrimonio”.
-¿Y aprendían?
-”Yo
diría que salían más fortalecidos, porque la escuela era el centro de
toda la actividad cultural de los niños. Me tocó ver exposiciones sobre
el
medioambiente antártico con toda la avifauna allí existente y me
pareció excelente ese trabajo hecho por chicos de seis, siete, ocho
años, con papelógrafos sobre los pingüinos, los peces, las algas y todo
lo que hay en la Antártica. Además que sus familias eran muy
estimuladoras”.
-¿Y las escuelas rurales de Magallanes?
“Todas esas escuelas me tocó visitarlas, eran y son privilegiadas en muchos aspectos, pues contaron con tecnología mucho antes que las escuelas rurales. Además, el nexo entre la familia y la escuela es muy fuerte, y ese nexo siempre fue el norte de la Escuela Normal, pues teníamos conciencia que lo que se hacía en la escuela no se podía desarmar en la casa”.