Chile es uno de los países que presentan la peor distribución demográfica. Hay zonas muy pobladas y otras en donde la densidad es bajísima. Hace unos años desde la Cámara de Diputados se le propuso a la Presidenta Michelle Bachelet una revisión de la política demográfica, enfatizando la caída de la tasa de natalidad. Pasó el tiempo y ni ella ni el Mandatario Sebastián Piñera hicieron algo. Hoy, con 1,5 hijos por mujer en edad fértil, ni siquiera se alcanzan los niveles que mantendrían la población estable en el tiempo. Muchas veces hemos explicado, en estas mismas líneas, que el envejecimiento acelerado genera una tensión sobre los sistemas de salud y pensiones. El problema de la densificación demográfica a lo largo de Chile se traduce en que Santiago representa el 2% de la superficie del país pero alberga a más del 45% de la población. Es inimaginable, pero es la realidad. La concentración de personas provoca reducciones en el espacio de las viviendas, congestión en los medios de transporte, aumento en los tiempos de traslados e incremento en las consultas siquiátricas por estrés, afectando el bienestar social e impactando en la calidad de vida. Los graves trastornos en el transporte público, por ejemplo, en la capital nos vienen a ratificar que es una ciudad absolutamente colapsada. Por eso se debe potenciar el trabajo en regiones; aumentar los especialistas no solo en salud y en educación, sino que, por sobre todo, generar centros de desarrollo. Y por sobre todo fomentar el poblamiento en las zonas extremas del país, como lo es Magallanes y Antártica Chilena.