Desde la revuelta de 2019, un sector de la sociedad levantó la imagen de un perro, el “negro Matapacos”, como símbolo de la protesta. Más aún, el Matapacos se transformó en el emblema del apruebo de entrada, que, según nos decían, venía a cambiarlo todo. Homenajes, estatuas, poleras y stickers fueron parte del culto generado en torno al célebre perro. Pues bien, dos años después se registra el mayor número de fallecimientos de Carabineros durante las últimas dos décadas. Esta misma semana, fue asesinado el Sargento Segundo Carlos Retamal, quien falleció tras ser agredido con un fierro durante una fiscalización de carreras clandestinas en San Antonio. Con él, ya van 7 carabineros fallecidos y 942 heridos en lo que va del 2022
¿Estará vinculado el culto al Matapacos con la crisis de seguridad que vive nuestro país? Probablemente. Octavio Paz, Nobel de literatura, advertía que no se sabe qué se corrompe primero, si la realidad o las palabras. Lo cierto es que la figura del Matapacos, que para muchos podía parecer un juego, surge en un contexto donde se buscó socavar la autoridad de Carabineros. Y parte importante del actual Gobierno se subió livianamente al carro no solo haciendo suya la imagen del Matapacos que sumaba puntos en el plebiscito de entrada, sino que criticando severamente el actuar policial, muchas más veces sin razón que con. Probablemente en ese entonces ser gobierno era sólo un sueño, por lo que nunca previeron que algún día tendrían que vérselas con las consecuencias.
Quizás el que la tiene más clara es el padre del fallecido Sargento Segundo, quien, aludiendo al contexto en el que se produce el fallecimiento de su hijo, señaló: “el problema no pasa por la Justicia, o por Carabineros, que hace su trabajo notablemente (…) Hace un año las autoridades llamaban a las protestas con un perro emblemático que le llamaban el Matapaco, y resulta que salen publicaciones donde invitan a orinar en un casco militar (…). Las señales intelectuales que se han dado de parte de los gobernantes no son las mejores”.
El resultado está a la vista. Hoy, un carabinero probablemente se la piensa dos veces antes de usar su arma de servicio para ejercer el uso legítimo de la fuerza estatal en los casos que esto corresponde. Esto, debido a que al hacerlo arriesga ser sometido no sólo al juicio público, sino que a un proceso judicial donde puede perder su trabajo o incluso terminar tras las rejas. Por mientras, en medio de la crisis de seguridad, el Gobierno parece no darse cuenta de que tiene que trabajar con Carabineros y no en su contra. Posiblemente a esto se refería el Director General de Carabineros, Ricardo Yáñez, cuando señaló en el funeral del Sargento Segundo Carlos Retamal que: “no merecemos sentirnos nunca más solos”.
El problema que tiene el Gobierno es que, como en muchos temas, es prisionero de sí mismo. De hecho, parte de su base de apoyo (la que le queda) sigue pegada en el discurso octubrista que llama a “refundar” Carabineros, y que piensa que la institución es enemiga del pueblo, lo cual no es cierto. Quizás por eso los lamentos o las condolencias del Gobierno siempre tienen un aire algo cínico y resultan poco convincentes. De hecho, la muerte del Sargento Retamal fue abordada por la ministra Vallejo en un punto de prensa como una más entre otras noticias, con el tono mecánico que se usa para referirse a un hecho sin relevancia, y con una frialdad que no da cuenta que detrás de su fallecimiento existe una familia, una institución y un país que espera respuestas.
En suma, resulta indesmentible que existe más de una relación entre el octubrismo y la crisis de seguridad que está experimentando nuestro país. Y quienes avalaron la violencia tienen una cuota de responsabilidad en todo esto. Mientras no exista un cambio de visión por parte del Gobierno en torno a su relación con Carabineros, la crisis de seguridad continuará agravándose y la institución seguirá acumulando mártires. Porque eso fue Carlos Retamal, una persona que, pudiendo hacer vista gorda, falleció cumpliendo su deber, lo que debiera ser motivo de triste gratitud por nuestra parte.