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Columna

4 de septiembre: luz y sombra

opinion
04/09/2024 a las 14:22
Pablo Oyarzo
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Juan Marcos Henríquez, Dr. en Biencias Biológicas

En mi familia siempre se recordaba con emoción el 4 de septiembre de 1970, fecha en que fue elegido presidente de Chile el compañero Salvador Allende Gossens. El gobierno de Allende encarna y corona una serie de demandas de pobladores, estudiantes, artistas, obreros y profesionales, que producto de las injusticias sociales e institucionales de nuestra sociedad, impulsaron movimientos por décadas. Una revolución en democracia que educó, movilizó y fidelizó partidarios por justicia y cambios estructurales. La unidad y el respeto a las diferencias nos llevó al triunfo.

El gobierno de Salvador Allende fue la culminación de un proceso de construcción consciente de las fuerzas populares para instalarse en la administración del aparato estatal y, desde allí, avanzar hacia la construcción de una sociedad más justa, democrática y solidaria, en donde la igualdad de oportunidades fuese el eje rector. Una revolución fraterna, en donde el centro de atención era el desarrollo armónico de las familias. Una revolución en democracia que buscaba generar, avanzar y profundizar transformaciones respetando la voluntad soberana de nuestro pueblo.

Aquellos sueños de una patria nueva, justa y democrática se interrumpieron abruptamente el 11 de septiembre de 1973. Las reivindicaciones sociales, estudiantiles, gremiales y gubernamentales fueron violentadas, postergadas y retrotraídas por una dictadura autoritaria, represiva, criminal y extremadamente conservadora. Ante un escenario oscuro sólo la valentía y consciencia de las y los chilenos nos daba una luz de esperanza por un Chile mejor: «Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse».

Creer que otro Chile era posible alimentó la resistencia a la dictadura cívico-militar. Las palabras del compañero Allende en La Moneda nos marcaban el camino: «Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor». Poder superar la dictadura requirió la valentía y compromiso de un pueblo, pero también la hidalguía, claridad, solidaridad y generosidad de todas las fuerzas sociales y políticas que luchaban por recuperar la democracia. Sólo construyendo grandes mayorías sociales y políticas pudimos reconstruir Chile.

Los Gobiernos democráticos avanzaron en dar más estabilidad y bienestar a nuestra sociedad y ciertamente lo lograron; sin embargo, las brechas de desigualdad propias del modelo neoliberal, agravadas por la falta de políticas sociales efectivas, derivó en compatriotas que disfrutaban los beneficios de la economía, pero también en una mayoría de otros compatriotas que sufren el apremio de las necesidades básicas, el endeudamiento y postergación. Caldo de cultivo que gatilló el Estallido Social y la manifestación de miles de chilenas y chilenos que gritaron basta ya.

La presión social nos llevó a un nuevo proceso constituyente, con la esperanza de generar nuevas reglas de convivencia que impriman solidaridad, justicia y dignidad a nuestra sociedad. El destino determinó que sea nuevamente un 4 de septiembre en que los chilenos y chilenas puedan expresar en las urnas sus deseos de un Chile más justo y solidario. Sin embargo, en esta oportunidad las fuerzas de centro izquierda fueron derrotadas en las urnas. A 52 años del triunfo de Allende, las fuerzas populares obnubiladas de arrogancia e irrealismo lograron llevar un 78% de votación favorable a una nueva Constitución a una derrota del 38% de aprobación al texto propuesto. El individualismo y la poca claridad política permiten explicar esta derrota, a lo cual se suma la falta de conducción política, ausencia de liderazgo, prácticas sectarias de exclusión y descalificación de fuerzas aliadas, falta de un acuerdo y exceso de agendas propias, conductas impropias en relación con la dignidad del cargo constituyente y actitud ofensiva y aversión a emblemas nacionales.

El plebiscito del 4 de septiembre fue una derrota electoral e ideológica importante para todos quienes hemos luchado por una patria justa y solidaria. Si pretendemos avanzar hacia una nueva sociedad es necesario la autocrítica y aprender de los errores. No perdimos porque las ideas fueran las equivocadas, perdimos porque todas juntas sin gradualidad sin sentar bases ideológicas fuertes en la población hacían imposible la implementación del nuevo Chile de un día para otro. Quizás haber ganado con tanta diferencia el plebiscito de entrada hizo pensar a los nuevos revolucionarios de Iphone y Tablet que el adversario político e ideológico estaba reducido y rendido. Creer que perdimos debido a la estrategia comunicacional de la derecha o porque el pueblo es ignorante (una ofensa impropia e injusta) es no reconocer nuestra responsabilidad. Perdimos por la dispersión y fragmentación de las fuerzas políticas de centro izquierda. Perdimos por falta de unidad. Perdimos por la falta de acuerdo y proyecto común. Perdimos por no construir mayorías. Sin embargo, el escenario es circunstancial, y sólo es un atraso para la concreción de una nueva sociedad justa y solidaria. En este tránsito entre luz y sombra, ya vendrán días soleados, y dependerá del respeto y la madurez de las fuerzas políticas.

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