C
hile, el país que alguna vez fue un ejemplo de desarrollo, parece haber perdido el rumbo. En los años 80, éramos un país humilde, pero pujante, que se levantaba con esfuerzo, valores y respeto. Los docentes eran figuras admiradas, los carabineros inspiraban confianza, y la caballerosidad era una virtud. Con trabajo y disciplina, logramos construir el verdadero “sueño americano”. Pero, en cuestión de décadas, ese sueño se desmoronó, y hoy nos enfrentamos a una realidad que nos obliga a reflexionar.
La decadencia de los valores y el liderazgo
Nos dejamos influenciar por discursos que, aunque legítimos, fueron manipulados para dividirnos. Causas como el feminismo radical, las desigualdades sociales y los derechos humanos se convirtieron en banderas para distraer del deterioro institucional. Como sociedad, perdimos el respeto por nuestras instituciones, dejamos de valorar el esfuerzo y nos olvidamos de que el bienestar no es eterno. Este vacío permitió la llegada al poder de personajes cuestionables, algunos incluso involucrados en delitos graves como violación u otros con acusaciones difusión indebida de imágenes íntimas.
¿Cómo llegamos a esto? Parte de la respuesta está en el desapego de la ciudadanía hacia la política. Es común escuchar frases como: “da lo mismo la política, igual tengo que trabajar”. Esta indiferencia ha permitido que personajes sin principios lideren el país, mientras el resto mira desde la vereda, desilusionado y desinteresado.
El mito del “pesimismo ideológico”
Recientemente, el presidente Gabriel Boric afirmó que la falta de inversión en el país se debe a un “pesimismo ideológico” del empresariado. Nada más lejos de la verdad. El problema radica en un gobierno que no genera las condiciones necesarias para el desarrollo económico. El caso del hidrógeno verde es emblemático: proyectos de alto impacto que languidecen durante años en procesos burocráticos interminables. Por no hablar de leyes como las 40 horas y la “Ley Karin”, que alejan aún más la inversión.
Además, la eliminación del FUT bajo el gobierno de Bachelet fue un golpe mortal para la inversión privada. Ese mismo espíritu persiste hoy, con propuestas tributarias que asfixian a las empresas, grandes y pequeñas. Los emprendedores, que deberían ser el motor de nuestra economía, enfrentan trabas como las restricciones en las transferencias electrónicas, lo que dificulta incluso las operaciones más básicas.
El costo del desencanto
Este panorama afecta directamente al ciudadano común. Con una inversión privada debilitada, el empleo formal disminuye y las familias recurren al trabajo informal, mal pagado y sin seguridad. La pobreza crece, y con ella, el resentimiento hacia un sistema que parece no ofrecer soluciones.
Un llamado a la acción
Es momento de despertar. Debemos cambiar la narrativa resignada de que “la política no importa”. La política importa, porque define el futuro del país y el bienestar de nuestras familias. Necesitamos jóvenes que se interesen, que entiendan que su voto es una herramienta poderosa para cambiar el rumbo.
Chile tiene el potencial de ser nuevamente un ejemplo, pero debemos recuperar los valores que nos hicieron fuertes: el respeto, el trabajo y la unidad. No podemos seguir entregando el poder a quienes no están a la altura. Es hora de reconstruir un país que merezca ser llamado el verdadero “sueño americano”.