Cada fin de semana, el centro de Punta Arenas se convierte en el punto de encuentro para decenas de jóvenes entusiastas del “tunning”. El fenómeno no es nuevo, pero pese a los esfuerzos por terminar con ello, esto persiste: autos modificados, sistemas de sonido estruendosos, aceleraciones bruscas y luces personalizadas invaden calles céntricas que, en otro contexto, deberían estar marcadas por la tranquilidad del descanso, el paseo familiar o la convivencia barrial.
Para algunos, esta manifestación representa una cultura juvenil vibrante, un espacio donde la creatividad se encuentra con la mecánica y la identidad se expresa a través de un vehículo. Para otros, especialmente para vecinos que residen en las zonas afectadas, es una constante fuente de molestias: ruido hasta altas horas de la noche, riesgos de seguridad vial y un ambiente que muchas veces se torna intimidante y poco acogedor.
Las autoridades han intentado contener la situación con patrullajes, fiscalizaciones y llamados a la responsabilidad. Tanto la seguridad municipal como Carabineros han reforzado su presencia en estos sectores, pero sus esfuerzos chocan con una realidad más profunda: no se trata solo de aplicar sanciones, sino de promover un cambio cultural y de actitud.
Ese cambio comienza en casa. No podemos pedirle al Estado que intervenga en cada rincón de nuestras vidas si como sociedad no asumimos también el rol que nos corresponde. Padres, madres, educadores y líderes comunitarios deben dialogar con los jóvenes, comprender sus motivaciones y orientarlos hacia espacios donde puedan canalizar esa energía sin afectar el descanso ni la seguridad de otros.
También corresponde al municipio y al gobierno regional ofrecer alternativas. ¿Por qué no habilitar zonas específicas fuera del centro para encuentros automovilísticos regulados? ¿Y si se promovieran eventos controlados con acompañamiento técnico y cultural que celebren esta expresión sin caer en la transgresión del espacio público?
Punta Arenas necesita equilibrio. Una ciudad viva no significa una ciudad caótica, y una comunidad vibrante no debe convertirse en una que excluye o molesta. La solución no está en el enfrentamiento entre generaciones ni en la represión, sino en el diálogo, la empatía y la colaboración.
Porque entre todos construimos la convivencia, y entre todos podemos hacer que Punta Arenas siga siendo el hogar que elegimos, con paz, respeto y espacio para todos.