La derrota electoral suele ser un trago amargo que cuesta digerir. Quizás como un consuelo casi siempre se indica que la derrota será breve y luego se buscan todos los culpables, especialmente los cercanos. Para los dirigentes el llamado urgente a los militantes y seguidores es concientizar que pronto se volverá al poder. Pero la experiencia dice que la derrota es breve sólo cuando se aprende de ella, de lo contrario, se puede volver por error del adversario o extender la derrota por más tiempo. Perder frente a un candidato de ultraderecha nos obliga a reflexionar y ser objetivos en el análisis y proyección.
Creer que el resultado es un evento aislado, una reacción circunstancial del electorado o sólo una mala evaluación del gobierno, es simplificar lo que evidentemente es una desconexión entre el proyecto de país de la centroizquierda y el Chile de a pie, de ese pueblo que decimos representar. Las últimas elecciones presidenciales han instalado la alternancia en el poder, pero extremando posiciones cada vez más, lo que se ha llamado péndulo político. De esta forma, las candidaturas exitosas han tendido a prometer sin decir como cumplirán y han focalizado su discurso en el rechazo al gobierno de turno. La gente, que votó y eligió con entusiasmo y esperanza, termina prontamente desilusionada, frustrada y traicionada. Es verdad que el electorado poco o nada se preocupa de la factibilidad de las promesas electorales al momento de votar, pero ello es hace mucho tiempo la gran debilidad de nuestra democracia. Se requiere educar y más información, pero también partidos políticos que ofrezcan con realismo y transparencia (con sentido ciudadano y mayoritario) alternativas reformistas que rompan esta tendencia al péndulo.
Un error frecuente en los partidos de izquierda es autoproclamarse voceros de las aspiraciones y demandas del pueblo, y a partir de ello enfrentar elecciones creyéndose hablar con sentido de mayoría. Por ejemplo, el gobierno del presidente Boric y Apruebo Dignidad planificó un gobierno más desde la convicción moral e ideológica que desde el realismo político y los resultados están a la vista. El “pueblo” no es de izquierda ni de derecha, sólo quieren poder satisfacer sus necesidades, tener oportunidades y una vida estable con tranquilidad al pensar el futuro. Cuando la centroizquierda incorpora en su discurso la ceguera ideológica, la intransigencia o la superioridad moral termina aislándose del sentido común y la mayoría ciudadana, facilitando la llegada de alternativas conservadoras.
La derrota no es responsabilidad sólo del actual gobierno, sino más bien larga data (aunque hay varios elementos y egoísmos que permiten apuntar a ello). La Concertación, a pesar de sus buenos indicadores, mantuvo la idea de administrar el modelo económico sin reformarlo en profundidad, complicando la economía de las familias de clase media y baja, y normalizando las desigualdades. Como alternativa en la izquierda surge el Frente Amplio prometiendo una nueva forma de gobernar; sin embargo, mucha teoría y poca práctica, la falta de prioridades claras y el miedo permanente a contradecir sus propias bases, lo llevaron a gobernar alejado de una correcta lectura de la realidad social. La nueva generación intentó demoler el pasado y sus protagonistas, pero terminó condicionando la continuidad del desarrollo estratégico del país.
La centroizquierda debe volver a tener un proyecto de país para volver a ganar la confianza en los sectores que antes vieron en nosotros una opción clara e inclusiva de estabilidad, desarrollo y progreso para sus familias y comunidades. En la derrota hoy se convoca a la unidad más amplia, con cierto tufillo a ser un simple acuerdo electoral para sobrevivir. Se requiere unidad programática realista y no pactos electorales improvisados. Seguridad sin ambigüedades, crecimiento económico sin complejos y un Estado eficiente deben ser las bases mínimas para recuperar credibilidad. Por el contrario, si no se hace un correcto diagnóstico y una profunda autocrítica es probable que la derrota no sea breve.
Soy un convencido que la democracia nos dará una nueva oportunidad a los partidos de centroizquierda para proponer al país un nuevo proyecto de sociedad inclusiva. De la misma forma, sé que esa oportunidad se la dan a quienes aprenden de sus errores y se abren a adaptarse y cambiar sus propuestas. La tarea es grande.