La nueva vida de las dominicanas

General
11/04/2011 a las 00:43
Sueñan con mejorar su estilo de vida. Ganan cuatro veces lo que recibirían en su país, pero deben transar sus encantos y su cuerpo.
Quienes laboran en el comercio sexual cambiaron sus rutinas, van menos a casas particulares y más a moteles, a menos de que sean clientes frecuentes.
Desisten de entablar relaciones amorosas y pese a que algunas sólo atienden restaurantes, saben que sólo hay que dar un paso para caer en la prostitución. “Primero creo en Dios, segundo creo en Dios y tercero creo en Dios”. P., dominicana de nacimiento -que está en Chile aproximadamente desde hace 10 meses y lleva sólo uno en Punta Arenas- atiende un bar en el centro de la ciudad y explica así su fe. Sin embargo, siente que está pecando.
P. gana más de 500 mil pesos mensuales. De ello, manda por lo menos 400 mil a República Dominicana, donde viven sus “cinco hijos”. Dos de ella, una sobrina y “mi padre y mi madre”.
Cuenta que ellos conocen su oficio, pero no del todo. “Saben que estoy atendiendo un restaurante, pero no que tenemos que compartir y coquetear para ganar más plata”.
Su trabajo consiste en conversar con los clientes, compartir con ellos, demostrarles un poco de cariño para que consuman más bebidas alcohólicas. Le pagan $ 5 mil por cada jornada de trabajo y la mitad del valor de cada trago que pida.
El público puede consumir un schop que cuesta 1.500 pesos o tragos más fuertes que parten de los 3.000 pesos, pero la regla de la casa es que cada vaso invitado a la joven que atiende vale de 4.000 pesos hacia arriba. Si no se le invita a lo menos uno, la conversación queda trunca y las mujeres pasan a la mesa siguiente.
Por eso se siente en deuda con Dios. Viene de una cultura muy católica, de misa todas las semanas, pero esa rutina no la ha repetido en Chile.
Su personalidad desbordante, caderas anchas y un escote que deja ver más de piel de lo acostumbrado, contrasta con la decadencia del local en que trabaja.
Mucho humo de cigarrillo en el ambiente, una pareja compartiendo una botella de vino barato y un hombre en una barra totalmente alcoholizado y abrazado a una colombiana -trabajadora del local que le pide más tragos- son los únicos clientes en una tarde de raro calor en Punta Arenas.
P. cuenta que lo que gana en Chile es como cuatro o cinco veces lo que podría percibir en su natal República Dominicana. “Mandé 120 mil pesos a mi familia la semana pasada y ayer deposité $ 80 mil porque los envíos para allá son semanales. Eso no lo gano allá ni en un mes”.
Aclara, eso sí, que no ejerce la prostitución, pero que la pregunta se la reitera cada cliente que se le acerca a conversar. En todo caso, tiene claro que camina en la cornisa, mal que mal trabaja para enviar dinero a su familia, y reconoce que no se puede descartar esa opción. “Yo todavía creo en el amor, debe ser horrible salir con un hombre todo borracho, pero por suerte (el trabajo) está bueno y no tengo más gastos, así que con lo que gano me alcanza”, señala.
Eso sí, recalca que no se emparejará por nada del mundo. “Ustedes están todos locos, lo que le hicieron a esas chicas no tiene perdón del cielo”, dice con enfado.

“Le contaré en el avión”
Cifras estimadas por las propias dominicanas señalan que en la ciudad hay cerca de 400 personas de esa nacionalidad. Desde la embajada de República Dominicana indican que carecen de la información oficial, pero que la están “tratando de conseguir”, en todo caso dicen que su estimación es que “pueden ser más de trescientos” los connacionales que están en la Región de Magallanes.
El afán de las mujeres que vienen a Chile es mejorar su condición económica. Al igual que P. son muchas las que tienen hijos en la isla y quieren imitar a sus compatriotas que en corto tiempo pudieron traer a su familia a vivir a Punta Arenas.
La idea de P. es traer a su familia el próximo verano. “Voy a traer a mis hijos y a mi mamá, pero creo que le contaré en el avión en qué trabajo. Así me aseguro que llegue por lo menos a Santiago”.
P. resalta que no le ha contado palabra alguna de los dos hechos trágicos que azotaron a esa comunidad en los últimos meses, porque “si supieran me mandarían a volar”.

Miedo latente
Golosa trabaja como prostituta. En los dos medios escritos de la ciudad pueden verse sus avisos prometiendo cumplir todas las fantasías que cualquier hombre haya imaginado.
Cobra entre 15 mil y 30 mil pesos por sus servicios. También es dominicana y reclama que la discriminación que sufrió al llegar al país la llevó a ejercer la profesión más antigua del mundo.
“Nunca me dieron trabajo, en la calle me han gritado de todo. Yo tenía experiencia como secretaria, podía incluso trabajar haciendo la limpieza, pero cuando iba a buscar trabajo me miraban con un rostro horrible y me decían que me llamarían. Eso nunca sucedió”.
Después, la historia se repite en varias de las ciudadanas extranjeras que llegan a la región. Se hacen amigas de alguien, que aprovechando la falta de trabajo las invita a incursionar en la vida nocturna.
Así terminó ejerciendo hace dos años la prostitución en distintos lugares de Punta Arenas.
Gana un millón de pesos mensuales, puede recibir de siete a ocho llamadas al día pero de esas se concretan, en los mejores días, cinco.
Tiene clientes habituales que la citan en moteles, en sus hogares o en departamentos, pero con los nuevos evita ir a domicilios particulares y prefiere sólo llegar a moteles donde ya la conocen.
Golosa conoció a Orfelina Paulino Tatis, la dominicana que falleció trágicamente a manos de Marcelo Gutiérrez Gutiérrez, quien la asesinó con más de 50 puñaladas hace menos de un mes.
También ubicaba a Sonia Rodríguez Polanco, ultimada con 92 puñaladas en octubre de 2010, quien habría sido asesinada por un trabajador de la Empresa Áreas Verdes que fue dejado en libertad en marzo, porque no se comprobó su culpabilidad de manera fehaciente.
“Uy, mejor que no nos encontremos con ese tipo en la calle, porque no respondemos”, dice segura de la participación del sujeto en el asesinato. “Va a pasar lo mismo con la otra chica -agrega-, todavía está en la morgue y no tiene para cuándo. Es más fácil que el otro tipo salga de la cárcel a que ella se pueda ir a República Dominicana”, señala con una urgente necesidad de justicia.

“Aló mi amor”
S. es más reacia a conversar. Para entablar una conversación telefónica fue necesario llamarla más de una vez. Con voz coqueta lo primero que dice es “Aló, mi amor” y de ahí no tiene empacho en entregar con lujo de detalles el valor de sus “prestaciones”, pero si no hay una definición pronta de la contratación de sus servicios se impacienta y el tono de voz va tomando un tono grave.
Las prostitutas extranjeras que trabajan en la región tienen precios similares. Las atenciones más baratas alcanzan los 10 mil pesos, mientras las más caras pueden costar $ 40 mil.
Una vez concertado un supuesto acuerdo, S. cuenta algunos detalles de su vida, habla de un pasar lleno de problemas y deja en claro que si cayó en la prostitución se debe únicamente a la falta de oportunidades. Reconoce que en el último tiempo habían “bajado la guardia” en cuanto a la seguridad, pero que la muerte de Orfelina las hizo replantearse varias cosas.
Dice que no camina sola por la calle, aunque sabe que Punta Arenas es una ciudad tranquila, que evita contestar el teléfono a la primera y que se arriesga a perder un cliente, porque si quiere “calor” el hombre llamará una segunda o tercera vez.
Tampoco deja que sus hijos salgan solos a la calle y una de las cosas que más le molesta es que antes podía ir a comprar cigarrillos sin importar la hora en ciertos lugares, ahora no lo hace únicamente por precaución, ya que “he tenido suerte, hasta el momento no se me ha aparecido ningún loco”

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