Un grupo de fieles retrató a Muammar Gaddafi como desesperado, con rabia, un fiel observador del desplome de su régimen, en las horas, días y semanas previas a su muerte. El poderoso dictador que gobernó Libia durante cuarenta años, pasó escapando de un escondite a otro en su ciudad natal de Sirte.
Gaddafi, su hijo Muatassim y una comitiva de dos decenas de incondicionales quedaron aislados del resto del mundo en su fuga desesperada, viviendo en casas abandonadas sin televisores, teléfonos ni electricidad y usando velas para iluminarse, reveló Mansour Dao, miembro del clan del coronel y ex jefe de guardaespaldas.
El coronel pasaba el tiempo leyendo, haciendo anotaciones o preparando té en una estufa a carbón, dijo Dao en una celda del cuartel general de las fuerzas revolucionarias en la ciudad de Misrata.
“Él no conducía la batalla”, dijo Dao. “Sus hijos lo hacían. El no planeó nada ni pensó en ningún plan”, agregó.
Gaddafi, que había regido un país de seis millones de habitantes con puño de hierro, “estaba estresado, realmente indignado, a veces furioso”, recordó Dao. “Mayormente estaba triste y enfadado. Creía que el pueblo libio todavía lo amaba, aun después que le dijimos que Trípoli había sido ocupada”. El leal, ahora capturado, relató que el coronel huyó de su complejo residencial en Trípoli el 18 ó 19 de agosto, justo antes de la entrada de las fuerzas revolucionarias. Agregó que después de la caída de la capital, el gobernante se fue directamente a Sirte, acompañado de Muatassim. Su heredero aparente, Seif al Islam, buscó refugio en Bani Walid, otro bastión leal, agregó.
Los asistentes de Gaddafi le aconsejaron reiteradamente que se fuera del país pero se negó, diciendo que quería morir en la tierra de sus antepasados, dijo Dao.
Agregó que en Sirte, Gaddafi y su comitiva cambiaban de refugio más o menos cada cuatro días, buscando escondite en casas abandonadas por los residentes que huían de la ciudad.