A los 87 años de edad, Charly sigue agachado, ya casi no ve nada y cada vez la sordera le distorsiona la atención. “A fines de noviembre me jubilo”, asegura y sigue atendiendo, agachado, levantando caramelos y guardando monedas en el bolsillo. Los ojos se le ponen vidriosos, “ya le dije a varios alumnos, todavía no le digo al director, y le voy a decir para agradecerle, porque acá me han tratado muy bien…”. Y el rostro amable eclipsa una pena espontánea que él mismo espanta: “El primer día, me pusieron Charly, a un chiquitito se le ocurrió y todos me llaman así, hasta ahora” y nuevamente se ríe, destapando una nobleza sin dientes en la boca (Reportaje completo en suplemento Finde).