1955: cuando existían perros siberianos en la base naval antártica

General
06/02/2013 a las 08:48
Un día como hoy, hace 66 años, la instalación fue inaugurada oficialmente.
A 58 años desde su residencia en el lugar, uno de sus moradores habla de su experiencia. Leyó nuestra historia del domingo y vino a compartir la suya, porque Carlos Abarca, oriundo rancagüino que actualmente está radicado en Punta Arenas, fue parte de la dotación que vivió el año 1955 en la base naval antártica Arturo Prat, cuando ésta sólo tenía ocho años de existencia, en contraste al 66º aniversario que celebra hoy.
Don Carlos, que hoy revive estos recuerdos con mucha añoranza, detalla que llegó al continente blanco cuando tenía 29 años como segundo radiotelegrafista, y encargado de la dotación de perros siberianos que existía en la base, tarea que consistía en cuidarlos y alimentarlos. Los periodos más duros de su estancia en el fin del mundo, recuerda, fueron en invierno, cuando las condiciones climáticas eran en extremo adversas, y las comodidades muy distintas a las que deben existir hoy en la base: “Los inviernos antárticos es cosa seria. Y uno como no estaba acostumbrado a ese tipo de clima, se hacía muy duro la existencia. Afortunadamente, con las condiciones que vivíamos ahí en la base, las comodidades, permitían mantenernos firmes. Amén de que el ánimo y el compañerismo eran puntos a favor para que se pueda seguir cumpliendo con el deber”, manifiesta.
Pero, sin duda, el trabajo que más les satisfacía, y lo expresa cada vez que muestra las fotos de sus regalones, fue el cuidado de esta manada de perros siberianos, ocho machos y dos hembras, quienes tenían como can líder a Toqui, el favorito de don Carlos. Para la alimentación de la especial dotación debía llevar a cabo con regularidad la caza de focas, necesarias para entregarles una ración de 3 kilos de carne cada 48 horas: “Había que salir de la base. Más o menos como unas 10 cuadras, que era donde había una playa y llegaban las focas a vararse ahí. Era la oportunidad que tenía para cazarlas y poder juntar el alimento para los perros”, detalla.
El ex marino relata que una foca que rondaba en los 300 kilos de pesos, luego de descuartizada, lograba rendir un total de 180 a 200 kilos de carne, una cantidad bastante apreciable, pero que en la época más dura escaseaba: “Con tan mala suerte que en invierno, como ocurre con todo lo relacionado con el mar, la foca emigró y no tenía el suficiente elemento para abastecer de alimentos a los perros” detalla y aún compungido.
Carlos cuenta que en esa época incluso le trató de dar otros alimentos a los perros pero no lo comían, ellos querían carne: “No había caso, no los aceptaban bajo ningún punto de vista. Esa fue una época muy dura, muy terrible para mí porque al ver que el pobre animal clamaba alimento y yo no lo podía satisfacer era muy triste y muy desagradable. Pero afortunadamente, ésa fue una época muy corta y después nuevamente empezamos con la caza de las focas”, señala.
Abarca recuerda sólo a los perros machos de la dotación, ya que eran los que usualmente ocupaba para el transporte, sus nombres recordaban a héroes indígenas: Toqui, Galvarino, Lientur, Lautaro, Tucapel, Colo Colo y Chaitén. Estos perros ya existían cuando llegó a la base, y un par de años después desaparecieron, probablemente por la contaminación asociada a la caza de focas, indica: “Yo recibí esa dotación. Incluso tuve que hacer de veterinario cuando una de las perras tuvo familia. Con tan buena suerte que esa raza siberiana es una raza muy especial, están acostumbrados, o sea viven como Dios las manda al mundo”, relata orgulloso de la fortaleza del animal.
Otra de las curiosidades que relata el marino, trata sobre una expedición de reconocimiento del área, la cual efectuó con otro miembro de la dotación: “Mucho se comenta de las grietas en la Antártica. Antes que nosotros nos fuéramos recibíamos charlas con respecto a eso. Y yo tuve una experiencia con el segundo comandante. Salimos a hacer una exploración, con tan mala suerte que el segundo comandante cayó en una grieta. Y él cayó porque yo iba adelante y no me pasó nada, por la sencilla razón de que en esa época yo pesaba 60 kilos, y el oficial pesaba 90 kilos”. Al comprender que no podía sacarlo del lugar - el compañero había caído al menos unos 20 metros, que era lo que medía el cordel salvavidas que tenía atado-, salió a buscar auxilio a la base: “Salió una patrulla a tratar de sacarlo. Pero mientras yo estaba descansando me di cuenta que no iba a ser posible de que ellos lo sacaran, así que enganché a mis seis perros en el trineo, y nos fuimos a la grieta donde había caído, y gracias a esa maniobra pudimos rescatar al oficial”.
En aquella época, el sistema de comunicación se basaba en la radiotelegrafía, con un equipo de mil watts “suficiente como para podernos comunicar con cualquier parte del mundo”, destaca. Para comunicarse con sus familias, utilizaban este transmisor, además de usar en algunas ocasiones la frecuencia de radioaficionados. Respecto a su experiencia en la austral base, emplazada en la isla Greeenwich, relata que no sólo fue una vivencia única, sino además de aprendizaje: “Uno aprende a subsistir en el aislamiento. Aprende a subsistir dentro de un grupo de animales, y aprenden a subsistir dentro de un grupo de personas que estando aislados durante tanto tiempo cuesta aclimatarse, cuesta entenderse a sí mismos, y a entender al resto de la gente”.
“Cuando me vine, me vine con el corazón destrozado, porque después de haber compartido tanto tiempo con esos animales, haberme sacrificado para alimentarlos, para cuidarlos, era una pena muy grande”, narra el señor de los canes, y agrega: “Algo que me llamó siempre mucho la atención era que ellos tenían sus casa donde poder dormir, pero nunca se metieron adentro. Todo el tiempo afuera. En las mañanas yo pasaba una ronda para ver cómo habían amanecido, felices y contentos al lado de su casa se enrollaban bien y ahí se quedaban. O sea cuando yo iba a verlos se levantaban y quedaba el hueco, la cama donde había permanecido”.
¿Le gustaría volver a la base a conocer cómo está ahora? Le pregunto, antes de finalizar la entrevista, y don Carlos responde: “Por supuesto que sí, sería hermoso”.

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