Hoy, el lugar es un punto de encuentro para quienes desean degustar de la buena mesa y la atención de calidad. Son cuatro ambientes, en uno. La historia comienza cada sábado a las 22 horas, con una cena donde siempre hay dos menús para elegir. Hipnotiza el ceviche con palmitos de entrada y la porción variada de empanadas: Todas crujientes de fina masa, rellenas de camarones y queso; otras de salmón que despiertan la vampiresca necesidad de atrapar el sabor. Cada fin de semana la sorpresa varía. Luego, en el segundo piso está el bar y la pista de baile. Y para los más osados hay un salón de conversación, reservado para los momentos en que la mirada se encanta con la razón y el corazón que late en suaves suspiros para brindar por la tranquilidad.
El domingo, la invitación es a un almuerzo familiar. A las 13 horas ya está todo dispuesto. Siempre dos menús, carta de jugos y vinos a elección. Y el mismo día, a las 17 horas, la Estación Náutica revive las contundentes onces inglesas, cuando el lugar era un frigorífico.
Al final, siempre el que llega es un descubridor de los placeres culinarios, la buena atención y las ganas de decir: “Detente bello instante”, tal cual propuso el filósofo alemán Goethe, un siglo atrás.