Los centros de estéticas suman y siguen en Punta Arenas. Ahí hombres pueden tener cortes de pelo, barba, someterse a máquinas de reducción de grasa, depilación facial, de axila, espalda y pierna entera, tratamiento de canas… Pasar de feo a lindo es una tarea difícil y costosa. Pedro, por ejemplo, le saca la crema a su pareja a escondidas y cada cierto tiempo se deja caer a un spa, evitando siempre el cerco machista que construye una sociedad que todavía piensa que salud y belleza “son cosas de mujeres”.
“No hay muchos productos para hombres, así que no me queda otra… Y es que el viento y el frío te reseca harto la piel”, se defiende Pedro sin sacarse la capucha, porque en una región machista todavía el pudor saca ronchas y vergüenza.
Juan, otro encapuchado, reconoce que le encanta ir al spa. “Ahí todos me conocen y llegan hartos hombres, es que es algo natural, pero mi círculo es muy molestoso… Así que a veces es mejor seguir anónimo”, explica.
Los centros de estéticas suman y siguen en Punta Arenas. Ahí hombres pueden tener cortes de pelo, barba, someterse a máquinas de reducción de grasa, depilación facial, de axila, espalda y pierna entera, tratamiento de canas… La lista es infinita y las posibilidades muchas cuando la vergüenza es corta.
Pedro y Juan no se conocen, pero ambos saben que en Buenos Aires los hombres ya entraron a la era del botox. Un lugar donde los machos arreglan sus manos y “es que no te imaginas lo relajante que puede ser una sesión de pedicure, quedas como nuevo”, dice Pedro y estira sus manos que brillan.
Una de las mayores críticas de los machos de crema es que las pocas líneas exclusivas que llegan a la región son caras, por eso optan por untar a escondidas los productos de sus parejas.
Al final, Juan y Pedro, cada uno desde su capucha, coinciden en señalar que luego de varias horas de cremas, masajes, y máquinas láser, siempre quedan más jóvenes y sus parejas disfrutan la suavidad de acariciar sus rostros.