Julio Barría Concha, de 33 años, investiga cada detalle de una foto hasta lograr recrear la época. La tarea no es fácil: Revisión de diarios antiguos y decenas de visitas al lugar donde pudo haber sido tomada, sacando con la imaginación, casas, árboles que en el pasado pudieron no estar. La televisión está a todo volumen, pero cada vez las noticias se escuchan de más lejos. Y las palabras de los conductores caen como pequeños pedruscos en el fondo templado de su conciencia. Varios minutos después, Julio Barría no percibe nada. Está absorto y los colores comienzan a despertar la vida del Magallanes antiguo sobre la tela, al ritmo de pinceladas realistas. El ritual siempre lo repite, sólo así logra la anhelada concentración: “Cuando pinto me gusta escuchar noticias, ahí me concentro… Puedo estar horas, el tiempo vuela, definitivamente pierdo la noción, porque realmente me gusta lo que hago”, dice.
La misma sensación –imagina Barría- sentían los presos del Centro de Cumplimiento Penitenciario. Durante cuatro años les hizo clases a hombres y mujeres, al mismo tiempo.
El artista quedó sorprendido por la capacidad de redescubrirse de algunas personas que hasta entonces nunca habían tomado un pincel: “Muchos eran muy buenos y aunque era una vez a la semana, varios destacaban, había mucho potencial y talento. Pienso que pintar les subía la autoestima. Varios quedaron con obras hermosas que regalaron a su familia o guardaron”, explica, contento de la tarea que realizaba y que, a veces, todavía extraña.
Julio Barría Concha, de 33 años, comenzó dibujando. Al poco tiempo pasó a la acuarela, y a los doce años ya estaba en el óleo.
Más tarde sistematizó sus talentos en la academia del artista Vicente Casanueva. Fueron dos años que logró aprehender las técnicas realistas.
“Las reproducciones de obras famosas fueron mi fuerte hasta los 20 años, era una forma de practicar y aprender”, recuerda.
Pero también el arte se transformó en una oportunidad de negocio. Hace cinco años atrás hacía pinturas del ámbito deportivo de automóviles de carreras, alcanzó a vender cerca de 30 obras, pero hoy siente que cumplió un ciclo.
Hoy está empeñado en rescatar la vida antigua de Magallanes, sus colores, formas de vida… viejos almacenes, todo desfila en sus telas, despertando la memoria. Durante el proceso investiga cada detalle de una foto hasta lograr recrear la época. La tarea no es fácil: Revisión de diarios antiguos y decenas de visitas al lugar donde pudo haber sido tomada, sacando con la imaginación, casas, árboles o edificios que en el pasado pudieron no estar. Luego, imaginar la estación del año, el decline de la luz, los matices de las sombras y el movimiento… y más tarde, en la calma de su taller recuperar a trazos precisos del pincel la historia olvidada, sobre la tela. El resultado: Una obra de arte.
Hace casi 3 años comenzó a rescatar la ciudad antigua a partir de cuadros. Los más grandes, por lo general, miden un metro 10 centímetros por 70 cms. En varias empresas, su obras alegran la vista en las salas de espera.
“Generalmente son a pedido, y en cada una puedo tarda cerca de 15 días más o menos, sin considerar la investigación. Cada nuevo cuadro es un desafío que me entusiasma mucho”, explica Barría.
Pintar en óleo no es fácil. Los colores azules secan más rápido, pero los claros tardan más tiempo. “Me gusta jugar con los matices, rescatar el alma de la vida pasada, las viejas costumbres, los autos de antaño… Me gustan los temas urbanos, el juego de las luces reflejado en el pavimento… Esa es la temática”, cuenta Julio.
Ha realizado más de cien pinturas. Cada una es única e irrepetible: “Me gusta pintarlas, pero no que se queden en mi casa. Quiero que estén en lugares donde la gente pueda disfrutarlas. Una vez terminada, viene la otra parte que es muy importante: colocarle el marco, algunos dicen que ahí está más del 50% de una obra”, asegura.
Y si bien, hoy, Julio Barría Concha está por terminar la carrera de Ingeniería Comercial y trabaja hace varios años de digitalizador en La Prensa Austral, asegura que su gran pasión es la pintura. Por eso, cuando enciende las noticias y se pone frente a la tela, sabe que la magia lo transportará a un mundo de colores, donde él será un pequeño Dios que podrá recuperar, al menos en la tela, la vida del pasado.