A los 39 años de edad el Papa Pablo VI lo eligió obispo.
Esto sucedió el 28 de marzo de 1974 y un mes después, el 27 de abril, fue consagrado obispo en el templo de la Gratitud Nacional por el Cardenal Raúl Silva Henríquez.
González era un sacerdote joven y en tal condición condujo la Iglesia que empezó a enfrentar los primeros problemas con el régimen militar, después del golpe de Estado del ’73.
El apoyo que brindó a los detenidos y a las personas que sufrían la represión le costó que lo motejaran de “cura comunista”.
La situación se complicó años después, en febrero de 1984, cuando se produjo el “Puntarenazo”.
En esa oportunidad, cuando el general Augusto Pinochet visitaba nuestra ciudad, fue pifiado y agredido verbalmente en la Plaza Muñoz Gamero por un grupo de personas que terminó refugiándose en la iglesia Catedral.
Esto produjo la ira del gobernante y ocho meses después, el 6 de octubre de ese 1984, vendría la represalia con el llamado “bombazo de Fátima”.
Hoy se cumplen 29 años del atentado que marcó a la comunidad católica.
En entrevista telefónica con Diario El Pingüino, el hoy obispo emérito, Tomás González, recordó esa jornada.
“Ese día andaba realizando la visita pastoral en Tierra del Fuego cuando me avisaron de lo ocurrido así que de inmediato me trasladé a Punta Arenas. Al llegar fue testigo de algo terrible: La mitad de la iglesia destruida y el estado en que se encontraba la persona que había puesto la bomba. Todos me decían que habían encontrado pedacitos de esa persona”.
El párroco de Fátima era el sacerdote Jorge Murillo.
Y como la mamá estaba en la casa de al lado, recuerda que le pidió prestado a la mujer un mantel de altar, “donde fuimos recogiendo los restos de la persona fallecida producto de la fuerte detonación de la bomba”.
“Lo que más me impresionó ese día fue que a medida que pasaba el rato empezó a llegar gente con pedazos de trozos de carne, hasta de cabellera”.
Después comenzaron a llegar los servicios de inteligencia y el ambiente se tornó peligroso.
“En ese instante recuerdo que dije: No juzguemos, sino que dejemos todo en manos del Señor y ofrecí una oración por el hermano que había hecho algo tan negativo. Ellos (los agentes) se asustaron un poco, pero queríamos hacer un gesto fraterno”.
Después que se llevaron los restos y comenzó a retornar a la calma al lugar, Tomás González recuerda que “estábamos almorzando cuando llaman a la puerta y una persona me dice que encontró una TIFA (Tarjeta de Identificación de las Fuerzas Armadas), en el pasto. La guardé y llamé a un médico amigo, porque estaba con un poco de grasa humana y después la entregamos a la justicia”.
Gracias a ese hallazgo fue posible conocer la identidad de quien colocó la bomba, el oficial de Ejército Patricio Contreras Martínez.
A raíz de este trágico episodio, el obispo nunca imaginó que llegaría a sostener una conversación privada con el entonces Papa Juan Pablo Segundo.
Fue una experiencia personal muy gratificante. Con posterioridad al “bombazo” le tocó viajar a Roma, a la vista que cada cinco años realizan los obispos a la Santa Sede. El último día el Santo Padre invitó a almorzar a la delegación chilena, los obispos de la Conferencia Episcopal. “Todo fue bien y gentil. Pero al final, cuando se despedía de todos nosotros, con su tono característico dijo que se quede el obispo de Punta Arenas”.
Al Papa le habían informado lo sucedido con la Parroquia Fátima.
“En ese momento escucho que me dice: Es algo muy tremendo, y quiero adherir a eso tan negativo con un gesto positivo. Entonces llama a alguien cercano a él y me entrega una caja y dentro había un sobre. A la salida me esperaban en la puerta los obispos y me preguntaban qué te dijo el Papa. Ahí procedimos a abrir la caja que contenía un juego de ornamentos litúrgicos para la misa, cáliz y copón, y en el sobre habían algo así como 20 mil o 30 mil dólares, que nos donó para la reconstrucción de la iglesia”.
Al tiempo del atentado, los padres del oficial muerto, quien era experto en explosivos, se contactaron con el obispo. Le querían pedir disculpas por el acto que había cometido su hijo.
“La conversación con la familia fue en secreto y no hubo ningún otro contacto posterior porque les tenían prohibido hablar conmigo. El contacto se hizo a través de unos amigos de ellos, que yo también conocía, y fue en la casa de ese matrimonio, poco después del bombazo”, recordó monseñor González.
“Ellos me dijeron que habían entregado un hijo al Ejército pero que jamás imaginaron que haría algo así, siendo que eran muy católicos. Les dije a veces pasa eso, cuando se dan órdenes irracionales, pero no juzguemos y dejemos todo en manos del Señor”.
Consultado el obispo si alguna vez supo de la motivación de este atentado, respondió que “algunas personas del Ejército, pero en forma muy privada, me confesaron que había sido una venganza por el Puntarenazo, porque en la Parroquia Fátima estaban Jorge Murillo y Marcos Bubinic, sacerdotes que siempre fueron sindicados como personas que influyeron en la protesta contra el general”.
En la misa de las 9.00 horas y las 11.00 horas, hoy se hará alusión a este episodio, pero no existe programado algo especial.