
"Las fallas de esta democracia quedan en evidencia cuando se constata que los anhelos y propuestas de la ciudadanía chocan una y otra vez contra los intereses de las elites económicas y políticas”. Al conmemorarse un nuevo aniversario del plebiscito del 5 de octubre de 1988, nos permitimos realizar 2 reflexiones: La primera, referida a los actores que dieron vida a este hito socio político de nuestra historia. De alguna manera, la Concertación de Partidos por el NO (creada en 1988) se apropió de una victoria que en rigor corresponde a gran parte del pueblo de Chile. Si bien el plebiscito del 88 figuraba en la fraudulenta Constitución de 1980, fue el pueblo organizado el que le dio sentido de esperanza y futuro a ese acto eleccionario, lo que fue administrado por el conglomerado de partidos opositores a la dictadura cívico – militar. El triunfo de octubre del 88 tiene su principal explicación en los procesos de organización social que se comenzaron a dar a fines de los años 70 y que se fortalecieron desde comienzos de los 80, a través de agrupaciones populares, juveniles, religiosas, sindicales y políticas. Sin duda que los partidos de la concertación de entonces y la franja electoral jugaron un rol relevante, pero ello no basta para explicar la mística y vigor que alcanzó dicha votación. La historia muestra que a partir de ese momento se comienza a vivir una fractura creciente entre el movimiento social (en auge) y la elite política concertacionista, que lleva además a una progresiva deserción de sus partidos. Con la excusa de proteger la “débil institucionalidad”, la concertación gobierna para mantener viva y en desarrollo la esencia socioeconómica del modelo dictatorial: lucro para la clase dominante; consumo, atomización y falta de poder para las clases trabajadoras. Eso explica las mayorías insatisfechas, alienadas y/o apáticas de hoy, pues fueron desprovistas de protagonismo y capacidad de incidir en el Chile que entonces soñábamos.
La segunda, la calidad de la democracia actual, que es motivo de orgullo para algunos y motivo de frustración y descrédito para muchos. El 5 de octubre de 1988 una mayoría de chilenos optó por recuperar la democracia, entendida no sólo como el fin de la dictadura y el atropello a los derechos humanos, sino también como la posibilidad de volver a ejercer su poder soberano, arrebatado y pisoteado por la fuerza de las armas e ignorado en la Constitución ilegítima y antidemocrática del 80. Al día de hoy, aún no se repara esa herida inferida a todo el pueblo de Chile.
Las fallas de esta democracia quedan en evidencia cuando se constata que los anhelos y propuestas de la ciudadanía chocan una y otra vez contra los intereses de las elites económicas y políticas. La capacidad de decisión soberana ha quedado relegada al acto del sufragio, que se encuentra totalmente distorsionado por nuestro sistema electoral, que obliga a elegir candidatos con escasa o nula capacidad de interpretar y representar los intereses, necesidades y esperanzas de las mayorías. Todavía en Chile la mayoría ciudadana no tiene los cauces para lograr igual representación en el poder legislativo, y eso es un atentado a cualquier democracia que pretenda ser sana y vigorosa.
Recordemos con alegría el triunfo popular de 1988, pero con el compromiso de continuar la lucha hasta lograr una verdadera democracia, a la que sólo llegaremos a través de una Asamblea Constituyente.