Rescatando el arte de la talabartería y la soguería en la Patagonia

General
09/11/2013 a las 11:23
El oficio está en extinción, mientras en la estepa el cuero sobra. Jáquimas, maneas, riendas, rebenque (huasca), sogas, cinturones, monturas y otros utensilios necesarios son hoy importados principalmente de Argentina o Brasil. En el pasado, cada estancia tenía su maestro para la artesanía más difícil y cada puestero y campañista cosía sus propias prendas, una historia ya casi olvidada que la Municipalidad de Río Verde intenta recuperar.
Gabriel Ríos, tiene los ojos fijos en el descarne y sus manos trazan una línea recta con el cuchillo talabartero sobre el cuero. Cada corte milimétrico será una hebra que cruzará el cinturón, aportando así con un diseño novedoso en la zona. El oficio lo practica desde los doce años y aunque ha tenido pasos por otras artes, el ejercicio de la talabartería lo atrapa más que la misma Fuerza de Gravedad.
“Aprendí con mi padre, tuve una crianza al lado del cuero. Yo creo que si no hubiera existido la tela, mi papá hubiera hecho pañales de badana”, comenta y suelta una carcajada.
Hace 25 años, Gabriel Ríos asumió la epopeya de rescatar uno de los oficios en extinción más antiguos del campo chileno. A través de una licitación llegó a la comuna de Río Verde a enseñar técnicas a puesteros y campañistas.
Los diez alumnos –todos campesinos de la comuna de Río Verde- siguen atentos la clase.
Gabriel Ríos cose y las hebras cobran color en el diseño del cinturón, uno de los primeros ejercicios que les enseña. La mayoría tiene conocimientos básicos y desconoce puntos, y bocetos que le dan vida a jáquimas, maneas, riendas, rebenque (huasca), sogas, cinturones y otros utensilios necesarios en la estepa patagónica.
“Es un oficio de tradición, y apasiona tanto que el que nace al lado de un talabartero va a seguir talabartero aunque tenga otras profesiones, porque el oficio va al alma”, lo apunta directamente de la bitácora de su experiencia: pasó por la marina y otros empleos, pero los tentáculos y el olor a cuero pudieron más que el mar. Así que desembarcó nuevamente en sus raíces.
“El cuero atrae, por eso me molesta cuando lo confunden con plástico. Hay un eslogan que dice que el cuero sólo reemplaza al cuero, nada más, porque no hay otra realidad”, va explicando Ríos, mientras enseña otras formas de ribeteado.
Décadas atrás, el trabajo en cuero en la pampa era tan natural como cebar el mate. Cada estancia tenía a su experto y todos sabían algo, con diseños prodigiosos que ponían color a sogas, jáquimas, maneas, riendas, rebenque (huasca), y sogas, entre otros elementos.
Durante la segunda mitad del siglo XIX hubo un desarrollo masivo del artesanado como consecuencia del crecimiento de las ciudades. Los requerimientos de la población urbana determinaron el surgimiento de numerosas sastrerías, zapaterías, talabarterías, herrerías, panaderías, etc.
El Censo Nacional de 1875 registró 50.114 artesanos en todo el país y el de 1885 más de
320.000. Los artesanos se organizaron en sociedades mutuales. Se ha considerado a la Unión de Tipógrafos, fundada en 1851, como la primera sociedad de artesanos. Sin embargo, se sabe de la existencia de la Asociación de Artesanos de 1828 y la Sociedad de Artesanos de 1847.
Durante la década de 1850 y 1860 se fundaron numerosas sociedades mutuales en Santiago, Valparaíso, Concepción, La Serena y otras ciudades.

Buenos alumnos
Manuel Morales Álvarez trabaja en la Estancia Las Coles, y es de los alumnos más aventajados en el curso. Hace rato que realiza sus propios cinturones y sogas de cuero. Pero reconoce que hay herramientas que no conocía y que gracias al taller de talabartería aprendió nuevas técnicas que le facilitarán el trabajo.
“Hago mis cosas como muchos trabajadores de campo, pero la mordaza no la conocíamos, nos entregaron hoy hartos equipos útiles para nosotros. También aprendí diseños que el día de mañana me van a servir para las riendas y las mordazas de los caballos”, asegura Morales.
Manos curtidas por el viento van tejiendo el cuero. Y la clase avanza. En dos días –tiempo del taller- conocieron otras técnicas efectivas para reposar distintos tipos de cueros, cortes, remojos, secados, diseños, y el uso de algunos puntos.
A cada estudiante le regalaron el equipo completo de talabartería, un set que en el mercado supera fácil los cien mil pesos.
“Yo no sabía usar la mordaza y realmente es práctico porque antes cosía en la pierna no más”, precisa Juan Arias, y muestra con destreza el paso de la aguja por el cuero que queda fijo en la mordaza de madera.
Iván Levipani quedó entusiasmado. Y se ve a sí mismo haciendo sus propias prendas. “Realmente es fantástico aprender y tener la oportunidad de mejorar, yo sabía algunas cosas, pero no me quedaban tan lindas. Muy agradecido por la posibilidad”, señala.
Al final todos aprendieron. Y Gabriel Ríos felicitó a los estudiantes: “Me encantó este grupo, con harto conocimiento de campo y del cuero. Acá tienen la materia prima que necesita un talabartero, sólo les falta aprender más diseño e innovar. Esta municipalidad motiva a la gente… Nunca en 25 años de docencia, me había encontrado con gente adulta que les apasionara tanto el cuero”, remató.

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