
En las últimas imágenes difundidas en abril, Mandela apareció muy debilitado, sentado en un sillón con las piernas bajo una manta y el rostro inexpresivo.
En enero de 2011 y en diciembre de 2012 ya había sido hospitalizado, en ambos casos por infecciones pulmonares, probablemente las secuelas de una tuberculosis que contrajo durante su encierro en la isla-prisión de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo.
En esta cárcel pasó 18 de sus 27 años de detención en los recintos del régimen del apartheid. Obligado a picar piedra durante los años de su detención, el polvo afectó la salud de sus pulmones.
En 2012 Madiba -el nombre de su clan con el que le llaman afectuosamente a sus compatriotas- se retiró a su pueblo de infancia, Qunu, en una región rural. Pero en diciembre fue trasladado en avión a Pretoria por razones de salud.
A su salida del hospital sus familiares decidieron instalarlo en su residencia de Johannesburgo, situada a 60 kilómetros de Pretoria, para que estuviera cerca de los mejores hospitales del país.
La salud de Mandela fue un tema de constante preocupación en Sudáfrica por su avanzada edad. Desde 2010 no volvió a aparecer en público, año desde el que se retiró completamente de la vida política, tras el Mundial de Fútbol que fue organizado por ese país.
Sin embargo, el líder sudafricano siguió siendo un hombre venerado por su pueblo por haber evitado una explosión de violencia en la transición entre el régimen racista del apartheid y la democracia.
Esta transición le valió el premio Nobel de la Paz en 1993, compartido con el último presidente del apartheid, Frederik De Klerk. Un año más tarde, en 1994, se convirtió en el primer Presidente.