La lata abierta en el lugar nos permite un fácil ingreso. Están las bases de una construcción. Hay varios niveles, uno de ellos un subterráneo con un largo pasillo. Recorrer el lugar es como adentrarse en una película de terror, pero como no podemos asumir riesgo de acuerdo al protocolo, salimos para continuar hacia el centro.
Calle Chiloé. En la esquina, diagonal al Liceo San José, la gente entra y sale. “Feria de Magallanes” reza el cartel. Al interior está lleno de gente, hay un par de locales, pequeños pero cargados de cosas. “¿Qué se le ofrece?” “¿En qué le puedo ayudar?” “¿Dígame, qué anda buscando?” Tanta amabilidad marea… pero, ¿qué es eso? Son casetes “piratas”. Los conozco porque en la memoria virtual de la nave hay todo un estudio sobre formatos de sonido. Eran unos aparatos que llevaban una cinta dentro de una carcasa y que se colocaban en unos aparatos llamados personal estéreo, si mal no recuerdo. En un rápido vistazo vemos sólo clásicos: Black Sabbath, la banda que tuvo el “finado” Ozzy Osbourne; The Doors, que hasta hoy se sigue vendiendo en el formato AKS; y Kiss, el del viejo Genne Simmond, que hoy tiene un bisnieto heredero de una de las fortunas más grandes de Estados Unidos.
Los jeans la llevan, en eso no hay mucha diferencia, claro que los modelos son bastante distintos. “Son prelavados. También tenemos pescadores, carpinteros. Y si prefiere hay pantalones amasados”, nos dice una joven vendedora. La verdad es que prefiero ni imaginar esos amasados bajo la lluvia o con los más de 40 grados que tenemos bajo la cúpula que nos protege de los rayos ultravioleta, a los que nos vemos expuestos por la destrucción de la capa de ozono.
Salimos del local por la misma puerta donde entramos y nos vamos hacia el sector de la plaza. “Splendid”, ¿qué es eso? Una peluquería. En nuestro tiempo no existen. La mayoría de la gente perdió el cabello por tanto producto químico y los pocos que tienen, se arreglan solos. Un peluquero ahora sería eterno cesante.
Seguimos en dirección a… Casa España. Entramos al edificio, un hombre pequeño nos da la bienvenida. Nos dice que su apellido es Montaña. “¿Ustedes son extranjeros?”, pregunta. “Sí, claro. Nos puede contar qué es esto”. “Es el Cine Cervantes, de la familia Mattioni. Ese caballero que está ahí es el amigo Cayo, es medio malas pulgas, pero sólo de apariencia, sabe todo acerca del cine y de esta sala”, nos cuenta.
A la derecha podemos ver una heladería. El aroma seduce, aunque en rigor el frío no hace recomendable tanto refresco. El señor Montaña nos invita a pasar a la sala, aprovechando que aún faltan unos minutos para el inicio de la función. Es increíble, hay unos murales del “Quijote de la Mancha”, ¡qué patrimonio cultural! Ojalá nunca se pierdan. Y unas lámparas preciosas. Todo contrasta con la modernidad, con lo plano del arte de mi tiempo. El telón también es hermoso y la pantalla, hermosa. El amable caballero y “Don Cayo” nos llevan a conocer el edificio. Cada rincón, cada detalle, no tienen definición. Para nosotros es otro mundo, sin duda, hay pósters de “Chaplin”, de “Cantinflas”, un rostro de Marilyn Monroe (aún la más hermosa actriz), un flayer del “Museo de Cera”. ¡Es maravilloso!
En la despedida, agradecemos la cordialidad y de corazón les deseamos éxito y que ojalá ese lugar empapado de arte y cultura viva por siempre.
Salimos del edificio, no sé por qué razón con un dejo de tristeza. El reloj alarma suena y rompe con la reflexión. Llegó el momento de regresar a la nave. Pero prometimos volver a aquel lugar, seguro será así…