
Los flamantes parlamentarios europeos deberán legislar medidas contundentes, tanto en relación con una inmigración equilibrada como avivando el equilibro entre seguridad y protección de una parte y entre vida privada y derechos fundamentales de la otra. Por desgracia, quien observa el mundo actual no puede por menos de constatar que esos derechos fundamentales proclamados en todos los foros, codificados en todas las normativas y celebrados por todas las gentes, son aún objeto de violaciones graves y continuas. Es hora de que el Parlamento Europeo, elegido por sufragio directo, ostente el poder necesario para la adopción de todas estas medidas anteriores y otras que surjan; y, a la vez, sepa transmitir a la ciudadanía lo que significa pertenecer a la Unión Europea. Los Estados y sus diversos gobiernos suelen omitir el apoyo comunitario; por ejemplo: determinados fondos permiten asistencia para formación de cesantes por cierre de empresas debido a la crisis o a los efectos de la globalización. Lejos quedan aquellas participaciones primeras, con un 62% de votantes. Con tanta dejadez está visto que Europa todavía no forma parte de nuestra vida, aunque nos gobierne empapándonos de directivas, rociándonos de reglamentos, inyectándonos de recomendaciones a diario en nuestro diario existencial. Aún no nos hemos enterado o no queremos enterarnos que Europa nos llama a filas.