
Ahí está el mar, terma de la Historia, que enseña conciencia y melancolía. Digo esto porque cerca del castillo de Marbella, construido por Abderramán III, se ha descubierto la basa de una diosa sin biquini y los restos de un santuario. El propio castillo se edificó con sillares de capiteles jónicos. El hotel Puente Romano se construyó al lado de la antigua calzada. Se han hallado baños patricios en Guadalmina y una villa en Río Verde. Es que los romanos también se escapaban del caloruzo de Roma buscando la bahía de Nápoles, Capri o la Bética. Antes de que vinieran los vagos aristócratas centroeuropeos, antes que los rusos y los mafiosos, estuvieron por aquí los griegos y los romanos que sabían donde aprietan las sandalias. Los antoninos se adelantaron a los saudíes. Llegaban desde Roma porque la Vía Augusta unía la Ciudad Eterna con Cádiz, enlazando en los Pirineos con la calzada de la Galia. Las bayaderas de Cádiz iban de la Isla a Roma en carruca armando jaleo. Lo decían los letreros: Gades-Roma: 1841 millas.
El Guadalquivir ya tenía entonces las barbas granates; tal vez por eso los historiadores romanos contaban que en la Bética había ovejas púrpura. Los cordobeses adoraban el plátano que César hincó con sus propias manos en el peristilo de un patio. En las orgías lo regaban con vino. Antes que los poetas arábigo-andaluces, surgieron los poetas latinos que como Lucano soltaban pedos en las letrinas públicas recitando los versos de Nerón por lo que tuvo que cortarse las venas, como su tío Séneca.
Marcial, otro de los grandes béticos, escribió un poema que les dedico en el comienzo de agosto: «Vive hoy, mañana será demasiado tarde». Juan Ramón dijo, dos mil años después, que todos dejaremos el sol, y los pájaros, que esta mañana comen almendras en mi mano, seguirán cantando.