Si todos apostáramos por ser humanos e hiciéramos de este monte de lágrimas, un oasis de abrir fronteras, brazos y ventanas, no sería preciso enviar tropas a ningún sitio. El mundo debería hartarse de pagar facturas de guerra que a ningún puerto de sol conducen y enraizarse a los cultivos de dejar vivir, viviendo humanamente. No se puede promover la humanización si no nos comportamos de una manera humanitaria. A un mundo humanizado se contribuye haciendo el bien a todas horas, sin tiempo que perder, en primera persona, y con pasión. Es momento de actuar para ser mejores ciudadanos, de no ignorar a los vivos provengan de donde provengan. Antes que un mundo próspero hay que hacer un mundo seguro y sostenible, aunque sólo sea por instinto de conservación.
Salir con éxito de todas las crisis que padecemos en el planeta pasa por rechazar lo inhumano y por emplearse en avanzar todos con todos; sea desde la Europa de los ciudadanos, liderando una acción tan vital como la referente al cambio climático; sea desde el continente africano, bajo la enseñanza de buenos samaritanos; sea desde Asia y el Pacífico, reviviendo libertades ricas en tradiciones; sea desde las Américas, con el impulso estadounidense de impulsar la no proliferación de armas y el desarme nuclear. Ello requerirá trabajar codo con codo, unos y otros, a fuego lento de amor para poder quitarnos el egoísmo del sudor de la frente; inhumano siempre, y, sin embargo, visiblemente aceptado en este planeta por los moradores de costumbres necias.
Ser humano ha de ser nuestra señal de identidad. Hay que reavivar este carácter hasta que se nos seque la boca del alma. Ya está bien de tanta sed de humanidad en el mundo. Nos volvemos ciegos porque somos incapaces de ver la realidad, o no la queremos ver pensando que no nos va a afectar; también cerramos los oídos para no escuchar el grito del que implora ayuda; asimismo, nos ponemos una mordaza para no sentir y caminamos
crecidos de indiferencia.