
El profesor Raymond Tallis, médico, gerontólogo, novelista y crítico, ha escogido la cabeza para su particular descenso a las profundidades. En la cabeza -periscopio del alma, globo sonda de las entrañas- reside la ilusión más pertinaz de lo que somos. Los frenólogos estudiaron la topografía de los cráneos con la esperanza inútil de clasificarnos mientras los poetas seguían empeñados en bautizar ojos. Cualquiera puede sufrir un trasplante de córnea, de corazón o de riñones, pero en la hipótesis fantástica de un injerto de cabeza, el cuerpo correspondiente sería considerado poco más que una maceta. Ya lo advirtió Mary Shelley en Frankenstein.
Titulado, no sin razón, El reino del espacio infinito, contra lo primero que nos advierte Tallis en su libro es contra la falacia de considerar la cabeza una mera extensión del cerebro. A mitad de camino entre la biología y la filosofía, el libro ensaya un humanismo global en donde poetas, médicos, matemáticos y físicos echan su cuarto a espadas. Shakespeare, Mandelbrot, Dawkins y Kant se amontonan ordenadamente en sus páginas. Hay un capítulo entero dedicado al mecanismo del rubor; otro que analiza el complejo funcionamiento del sudor, la saliva, los mocos, las lágrimas y todas las demás fascinantes sustancias que segregamos de cuello para arriba. A poco que uno acompañe a Tallis en este viaje alucinante a la fisiología, encontrará que en la cabeza hay muchos, muchísimos más misterios y compartimentos estancos que en la sobrevalorada materia gris o la huidiza mente. Parece mentira que en una sola cabeza quepa todo eso.