Una de las sanas costumbres que manifiestan abiertamente los gringos, es la de abrir sus archivos secretos, cada cierta cantidad de años y mostrar al mundo las barbaridades que se han atrevido a realizar en aras de “su” democracia, contra quienes consideran sus enemigos. Claro que no es para tanto, alguien podrá decir, ya que más de alguna información ha sido tachada, como lo fue el asesinato del Presidente John Kennedy, por ejemplo. Pero el resto es exhibido al mundo sin problemas, como lo fue su intervención en los asuntos de nuestro país, donde han confesado haber “mojado con dólares” a medio mundo, de chincol a jote, primero para evitar la elección de Salvador Allende y luego para derrocarlo. Todos sabemos: quienes fueron los responsables, quienes fueron a golpear las puertas, quienes asesinaron, quienes participaron, pero los que pagan siempre son los de menor jerarquía, el resto impune, se codea con los políticos que sin ninguna vergüenza le palmotean y aceptan sin asco. En Chile todo ello se sabe, pero es como una verdad a voces a la que todos parecen estar sordos. Todavía opera el temor sistemático que nos metieron, a que vuelvan a ocurrir las mismas cosas; no se sabe, por ejemplo, cuáles fueron los acuerdos pactados entre militares y civiles, entre uniformados y políticos, entre quienes recibieron el gobierno y quienes lo entregaron, qué compromisos se instituyeron para conservar las leyes laborales, la binominal, la constitución golpista, a la que sólo se han atrevido a maquillar. ¿Es que no han transcurrido la cantidad suficiente de años, como para dar a conocer ese tinglado? ¿Cómo puede ser que aquellos que fueron capaces de exterminar chilenos, hayan estado amparados por el ejercito a contrata, “al aguaite” de volver a repetirse el plato? ¿Cuál es la razón para mantener la ley del cobre que entrega tal cantidad de dinero a quienes no saben invertirlo, como ha quedado demostrado hoy con la compra de repuestos para los helicópteros?