
Me parece extraño y como historia de ficción leer o escuchar que un hincha sea apuñalado por otro. Que cada uno tenga sus preferencias futbolísticas (heredadas de sus padres, adquiridas en su paso por las universidades o por pertenecer a tal o cual ciudad), me parece bien, es algo natural para los que gustamos del fútbol... Pero, asistir a este espectáculo de fanatismo e identificación ciega hacia una camiseta, es digno de estudio sociológico. ¿Qué carencia justifica eslóganes como el de “matar o morir? ¿Qué sucede en una persona que declara que su equipo es su dios, su patria, su hogar, su ley...? Me imagino siguiendo una suerte de código del cacique, un decálogo albo y que en mi horizonte no exista nada más que ganar el fin de semana... Pero, tristemente, muy tristemente, para muchos es así. La falta de oportunidades, la mala educación recibida, los trabajos dignos de explotación que asemejan estados de esclavitud, la desesperanza frente al porvenir, es una realidad latente, dolorosa y cruel, pero realidad al fin... ¿Qué se le puede pedir a un joven que se sabe “esclavo” contemporáneo por el resto de su vida, que se siente marginado de los discursos de cuello y corbata, que sabe que esas mismas corbatas se aprovecharán de su trabajo explotándolo, pagándole sueldos de miseria, trabajando sin descanso por migajas?... Es la sociedad la que debiera responder, pero como tantas veces, sólo se escucha el silencio... Y la violencia crece, se contagia, se transmite, se educa y pasa de generación en generación... Atrás quedan las apuestas ingeniosas: la de Marcelo “Chupo” Rodas (que no quiso correr como Dios lo trajo al mundo y prefirió pagar suculenta cena) y Mauricio -nuestro director del diario-, ambos queridos exalumnos a los que me une (como a muchos) una amistad y afecto de años; las pagadas en el Dinos con mi colega Patricio Rojas (más conocido como Wario entre sus alumnos); las típicas llamadas finalizado el encuentro de Carlos Triviño, Sergio Zambelich o mi compadre Javier Subiabre; el estar todo el bloque de clases con el gorro albo en su cabeza de Diego Nodleman (hay foto de por medio), en fin, apuestas, bromas, simpatías entre amigos queridos con los cuales jamás se nos ocurriría agarrarnos a cuchillazos porque nuestros equipos perdieron... Otros tiempos, más felices, otra manera de enfrentar el mundo que nada tiene que ver con el color de camisetas, sino con la pintura de la amistad y el corazón... Si mañana me ven comprando 10 churrascos e igual número de bebidas, es que perdí la apuesta en el “pre” con Marquitos, hijo de Juan Stipicic.. Habrá que ver... Es de esperar que reine la cordura... Difícil, pero no imposible... Para ustedes, como siempre, un abrazo.
P.S.: Menos para los fanáticos ciegos que se han robado la chispa del fútbol.