
El pariente del militar venezolano es el amo de Libia desde 1969. Muamar el Gadafi, el Líder Fraternal y Guía de la Revolución.
Chávez lo expuso al sol de la isla Margarita en una fiesta con canciones y consignas políticas. Lo comparó con Simón Bolívar, lo condecoró y dijo que el libio es también «un libertador de América Latina».
Los venezolanos recibieron azorados y sonrientes al nuevo miembro del clan y coreaban de vez en cuando: «Uh, ah, Chávez no se va». El núcleo familiar crece. Están los originales hermanos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba. El iraní Mahmud Ahmadineyad, los discretos sobrinos de Hamas y Hizbulá, y los primos de la FARC de Colombia.
Para la gente de la calle esos invitados son extraños. Hombres y mujeres que pasan siempre con el mismo discurso. Traen la falsa euforia de lo que dura un mitin y el hastío general de las palabras vanas.
En la presentación oficial del hermano Muamar en Margarita, Chávez dijo: «Tengamos todos la conciencia de que aquí estamos escribiendo páginas de una nueva historia». El huésped iba por este camino: «Es un gran honor para mí tener en el pecho la orden Simón Bolívar. Nosotros también somos leales a nuestra historia y a nuestros guerreros».
Las visitas de los familiares forzados y esa categoría de encuentros fraternales son grandes productores de indiferencia. En las dictaduras, ya se sabe, la gente responde a veces al abuso con humor.
Las imágenes de Gadafi en isla Margarita me hacen recordar un episodio que tuvo lugar durante un viaje de Julius Nyerere, el fallecido dirigente africano, a Santiago de Cuba.
El Partido Comunista había ordenado que se le recibiera como a un hermano y como a un héroe. El avión se retrasó cinco horas. Y los santiagueros, que esperaban bajo el sol, sin almuerzo y sin agua, le dieron la bienvenida con un toque de tambor y este estribillo: «Nyerere, Nyerere, venimo a velte sin sabel quien ere».
A lo mejor, mucha gente en Venezuela fue a ver Muamar el Gadafi y no sabe quién es. Ni quiere saber.