
Muchos de estos pequeños comerciantes, incluidos kioscos, han sido “visitados” en más de una ocasión por delincuentes, generalmente por adolescentes y menores, que sólo buscan licor, dinero o mercadería. Actúan tan rápido que es difícil poder atraparlos y quienes lo intentan pueden terminar agredidos. “A veces por un par de cajetillas o botellas de pisco no vale la pena arriesgar la vida”, dijo una persona consultada.
Una mujer, que pidió reserva de su identidad, contó que hace muy poco entró a su almacén un joven que se “trepó” al mesón y como nada tomó las botellas que estaban a su alcance y huyó. Afuera lo esperaban amigos que estaban atentos a la presencia policial. La maniobra no duró más que un par de segundos y los antisociales cumplieron su objetivo.
“Sin reja no se puede”
“Un día entraron a mi negocio a las cuatro de la tarde, cortaron el timbre, saltaron los mesones, robaron todo lo que pillaron y salieron arrancando estando yo a dos metros”, recordó la señora Eva (quien por temor pidió reserva de su identificación completa), quien después de este episodio, que se sumaba a otros, decidió instalar un cerco de seguridad. “Sin reja no se puede atender”, manifestó molesta esta mujer que hace 30 años subsiste del almacén en la población El Pingüino. Y si bien ahora el sector donde vive está más tranquilo, lamenta que llegan de otros barrios a robar.
Cecilia Muñoz, hija de la dueña del negocio, indicó que por tranquilidad y seguridad resolvieron tomar ciertos resguardos, porque en más de una ocasión fueron víctimas de la sustracción de mercadería. Así que ahora optaron por colocar un cerco de fierro y atender a la clientela por una diminuta ventana.
Estos locales concentran el mayor movimiento los viernes y sábado, porque tienen patente de botillería, lo cual resulta atractivo para los antisociales.
Kiosco
“A mí han robado entre cuatro y cinco veces, por eso tuve que poner una reja para atender a mis clientes”, señaló Elba Jara, dueña hace 25 años del kiosco “Pimpinela”, ubicado en calle Mardones, a la altura del 600.
Aunque no es muy agradable para el cliente pagar y recibir la compra por un pequeño espacio, tuvo que hacerlo porque ya la tenían de “turno”.
Entre las situaciones delictuales recuerda, cuando no hace mucho, fue al consultorio a tomarse la presión, a las cuatro de la tarde, y al volver se encontró con un vidrio roto y que le habían robado las tarjetas de prepago para celular, avaluadas en 280 mil pesos.
Antes de colocar reja, varias veces los jóvenes metieron la mano y sacaron lo que estaba al alcance. En otra oportunidad la fueron a buscar los carabineros, a las cuatro de la madrugada, para informarle que le habían sacado los candados de la puerta de acceso.
“En otra oportunidad me robaron 600 mil pesos en cigarrillos”, contó esta mini comerciante que además de las rejas ahora debe levantar las tapas de los costados del kiosco cada vez que sale, a plena luz del día.