Montserrat por Raúl del Pozo

General
05/11/2009 a las 08:55
Decían los estoicos que el que se enriquece con los fondos públicos es peor que un ladrón de tumbas. En los últimos tiempos, el Valle de los Reyes une Santa Coloma con Ciempozuelos. Los abuelos del nacionalismo describían a Madrid como una ciudad de pícaros, de paniaguados y señoritos, una aristocracia del latifundio y la sangre. Hoy la raza gótica y la semítica, la africana y el principado empatan en el arte de vivir de los membrillos.
Como una charca ponzoñosa ha definido Montserrat Nebrera lo que se creyó un jardín de palmeras más allá del secarral mesetario. Montserrat es una mujer valiente, un perfil positivo, pero le ha pasado lo que suele ocurrirle a los que tienen la pecera llena de ideas, a los que no son fariseos de aparato: los echan. Éste es el caso de la ablación de una mujer valiente e inteligente por un partido, la prueba de la imposibilidad de conciliar aparato e imaginación. Primero expedientada, más tarde acorralada por su pasión verbal, por último liquidada.
Montserrat Nebrera acaba de escribir un libro (En legítima defensa) en el que propone que el primer edificio histórico que hay que restaurar, antes de que se reactive la construcción, es el bloque de la política. Esta inquietante mujer no ha seguido ni el pacto de silencio ni el consejo de Eugenio d’Ors, el del estilo violinista que hablaba con voz cursiva, según Josep Pla. Aquel catalán, considerado traidor por el nacionalismo, decía que contra la sinceridad había que practicar la urbanidad. Montserrat ha dado el portazo al seny y ha escrito con rauxa. Explica que la espiral de escándalos acabará por pararse pronto, después de haber liquidado cada partido a unos cuantos chivos, y luego seguirá la charca ponzoñosa. «Nada se mueve para que no se note que apesta».
Salpican los giros de un ventilador a toda leche. Ahora las salpicaduras hisopan a la socio-convergencia, macizo del régimen. Es muy importante que sean los propios catalanes los que doblen las campanas. Esta vez no debiéramos meter con inquina en la pira a los nacionalistas pues la corrupción se extiende desde la corte a las autonomías. Hay que cargar las tintas sobre el poder inamovible de las autonomías, donde los presidentes envejecen como rajás, en el coche oficial, entre bigotes mafiosos.
En los últimos tiempos, a los pobres catalanes se les ha acusado de todo: de «l’avara povertà», de separatismo estúpido y pueblerino, de ladrones a tres manos, de provincianismo fatuo y de codicia. Ese tipo de injurias recíprocas está en los orígenes de la desafección mutua entre Cataluña y España. Ya estamos en la misma ciénaga. Ya pueden gobernarnos.
Recuerda Pujol que ningún catalán ha presidido el Gobierno español desde Prim; olvida que algunos mandaron en la Primera República y fueron unos caballeros. Tal vez por eso duraron 11 meses.

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