
Sin duda alguna, considero que Europa necesita hacerse más Europa con los frutos de su cultura occidental. La apuesta por una economía social de mercado hay que aderezarla de otros cultivos que incentiven valores antes que una mera optimización de beneficios a cualquier precio. A mi juicio, no es saludable la dominación de Europa por políticos endiosados, sin la audacia necesaria para poder generar futuro y sin la fuerza precisa para poder mantener la esperanza viva en la construcción de un espacio más humano. Ese líder europeísta, inmerso en una Europa de líderes, tiene que saber discernir identidades culturales para propiciar una sociedad europea unida, dispuesta a participar todos con todos en el desarrollo de la armonía y del bienestar, incentivando el papel de los ciudadanos en el respeto a la justicia, la igualdad de derechos y a la diferencia. Diferentes sí, pero todos humanos y todos europeos. Ahora también se habla de economía sostenible, pero es la cantinela de siempre; puesto que la Europa insatisfecha sigue ahí, acrecentando cada día más la insolidaridad y la vuelta atrás en los derechos adquiridos. Esta es la realidad pura y dura. Eso sí, Europa, sigue reflexionando aunque sea a cámara lenta. Por lo menos, el Tratado firmado el 13 de diciembre de 2007 en Lisboa por los Jefes de Estado o de Gobierno de los Veintisiete, entra en la estación del vigor, con retraso, pero llega al fin, ya veremos cómo se aplica, y si en verdad nos puede llevar al siglo XXI o nos deja en el camino por el desgaste. Lo cierto es que tras depositar la República Checa sus instrumentos de ratificación en Roma se ha dado el último paso formal para que el Tratado de Lisboa pueda entrar en vigor, y podrá hacerlo ya el 1 de diciembre de 2009. El pasado 19 de noviembre se celebró una Cumbre informal extraordinaria en la que se nombraron los altos cargos de la UE creados por el Tratado, en concreto el Presidente del Consejo Europeo y el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Sinceramente, creo que es más y más engrandecimiento de líderes, pero no un líder para una Europa que debe liderar la mundialización de los asuntos. Sobre el papel, bien es verdad, que el anhelado Tratado refuerza el fondo de los sueños (democracia y transparencia), hasta nos imprime ritmo cuando enerva la eficacia, al tiempo que nos vocifera lo que todos queremos oír (derechos, libertad, seguridad…), sin obviar la gran reivindicación a la que todos aspiramos, el de actor en la escena global. Confiemos, igualmente, que pronto se abra la puerta a la creación de un Cuerpo Voluntario Europeo de Ayuda Humanitaria. Va a tener trabajo este voluntariado en un mundo de lobos con piel de corderos. Más conviene recordar, por activa y pasiva, que la multitud por sí sola nunca llega a nada si no tiene un líder que la guíe. ¿Cuándo Europa lo hallará? De momento, quedamos expectantes. Algo puede ser todo, también lo reconozco.