
En un planeta cada vez más confuso, complejo y contradictorio, incoherente a más no poder, se precisan como nunca referentes humanos y referencias acordes con actitudes éticas. Desde luego, la grandeza del ser humano no está en el beneficio ni en el poder, radica en la manera responsable del proceder. Quien es auténtico huye de la irresponsabilidad del farsante. “Asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es” –dijo Jean Paul Sartre. Por desgracia, se ha desmembrado la ética de la actividad humana y el caos está servido.
El ser humano es el principal autor de lo que sucede. A saber: Si seguimos utilizando el raciocinio de la sordera ante comportamientos éticos y relegando la libertad de ideas, jamás vamos a entrar en convivencia con las culturas. Por el contrario, si activamos el oído ante actuaciones éticas y las ponemos en valor como primacía de cultivo, ganaremos unión y se autoafirmará la globalización de la dignidad de la persona y sus derechos. La talla ética en el mundo es cuestión de necesidad. España tiene hoy ocho millones de pobres por la deficiencia ética de la concepción del trabajo, por el mal uso de la ética del dinero, por la nula ética de la solidaridad, por la primacía corrupta y por la ineptitud de gobiernos que sólo saben multiplicar sus deseos del yo y los suyos.