He leído con mucho interés la campaña iniciada por Carabineros de Chile relativa al matonaje. En especial porque apunta a la prevención e información directamente en los colegios, centrando su acción en evitar que este tipo de conductas de violencia y acoso entre compañeros, se transformen en una “normalidad” o costumbre.
Además, del desarrollo intelectual y físico, la escuela es una instancia para el aprendizaje y despliegue de habilidades sociales fundamentales, que le servirán al menor en toda su vida adulta. Un niño que es objeto de matonaje es un niño marginado, apartado del núcleo social inmediato, lo que puede generar intensos sentimientos de frustración que serán proyectados luego sobre otros (hermanos, amigos del barrio) o sobre sí mismo (autoagresión, depresión, entre otros).  En algunos casos el agresor, por su parte, potencia su deseo de control y despliegue de un goce sádico, lo que en algunos casos puede resultar muy peligroso si desarrolla una estructura perversa. Es fundamental en esto el grupo de pares, que puede promover o desincentivar las conductas de acoso, actuando como un reforzador del comportamiento adecuado.
Intervenir en este momento me parece un acierto que debe ser destacado, porque va más allá de la preocupación efímera, derivada de una contingencia mediática y apunta a un cambio desde el mismo lugar donde se produce el problema.