
Con este modo de hacer poder, viene la conversión de prácticas democráticas a otras inmediatas e instrumentales. Así, los contenidos y sus fondos se resumen en titulares y formas especulativas y faranduleras de individuos que no son ciudadanos, sino audiencias e índices; la información no es presentada ante el margen de la libre interpretación del lector, sino bajo el paternalismo de la verdad única e irrefutable.
Sin embargo, este último aspecto deja cabida a dos ideas: el detalle de que la información está disponible es innegable, sólo que es deber del ciudadano o individuo informarse y disolver la disyuntiva de la verdad como certeza, o la verdad como alternativa, mediante los canales que el estime conveniente, a fin de construirse una perspectiva propia. La otra idea. Mas allá de la libre interpretación que se pueda hacer de algo, hay aspectos que no deben rayar la relativización, pues, son en determinadas ocasiones de una esencia simple, y que por el contrario, si se dejan llevar por las sobredimensionadas justificaciones caen en el vicio de la obviedad que trae lo inalienable.
El ejemplo actual (e insultante) son los dichos del embajador en Argentina y cercano (íntimamente) al pinochetismo, Miguel Otero, otrora senador RN, integrante de las comisiones legislativas en dictadura y fiscal en la Universidad de Chile en el mismo período vergonzoso; “La mayor parte de Chile no sintió la dictadura…” es el dicho, que bajo el argumento de ser “opinión personal” ( Coloma , Larraín), desconoce parte de la humillante historia que sobrevivieron algunas generaciones en Chile y Argentina (y que representa el “a puertas cerradas” pensamiento de la derecha reaccionaria y populista chilena).
Visto de este modo, las falacias del dominio de lo negable que el aparataje mediocrático oligopólico nos presenta, estarán destinadas a condenar a su mismo ecosistema de poder que lo incubó, y que con fines de homogenización o dominación, sin quererlo, provocaron en algunos (mayoría) totalmente el efecto contrario.