
A menudo, ni hay tiempo, tampoco lugar, para escuchar y dialogar. Está visto que nada es tan bueno como conversar con el silencio para recordar, para tratar de dar sentido a los recuerdos, para caer en la cuenta de que no eres nada y lo puedes ser todo. También es fundamental saber mirar y verse en esa mirada. Quien no entiende el significado de una mirada tampoco entenderá cualquier otra expresión humana. De igual modo, saber escuchar es el arte más humano, el más genuino, el que injerta la auténtica gnosis. Hace falta, pues, que al planeta tierra vuelvan las grandes virtudes del silencio a descubrirnos, que no se trata de humanizar las guerras, sino de impedirlas; que no hay que decir te amo, sino que hay que amar; que no hay que ser poeta si tienes la oportunidad de ser poesía. Habrá un bárbaro menos.
Ser poesía en un mundo de penas, donde se ignora a los vivos y se tortura a los inocentes, resulta poco menos que imposible. Es cierto que esto de inventar la felicidad en un poema no es difícil, lo complicado es no tenerle miedo a la verdad, vivir lo que supone el verso de donación y tomarle como camino. Hay necesidad de sendas conciliadoras y de caminantes comprensivos. También de seguidores que te devuelvan al paraíso de la autenticidad porque el amor efectivo no es un juego. ¿A quién no le conmueve el amor? Personalmente, me emociona el empuje del Cuarteto Diplomático para la Paz en Medio Oriente. Dicho Cuarteto acaba de pedir a los israelíes y palestinos que conversen. Todos tenemos derecho a ser parte de un Estado y a que se nos respete como ciudadanos de esa nación.