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Antonio Yadrijevic Mihovilovic

“Tuve la suerte de trabajar para acaudalados pioneros magallánicos”

cronica
05/12/2016 a las 16:30
Gerardo Perez
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Tiene 93 años y se apresta a celebrar su próximo cumpleaños en mayo de 2017. Viudo, padre de dos hijas, ha vivido intensamente y recibido el cariño y el respeto de su familia y hasta de personas desconocidas, porque entrega y recibe cariño, cordialidad y amabilidad.

“Iba caminando, hace un tiempo, cuando quise amarrarme el cordón de uno de los zapatos y me incliné para hacerlo. Pero no lo hice, porque un amable desconocido me dijo que él lo haría”.
Esta es una de las muchas anécdotas que ha protagonizado Antonio Yadrijevic Mihovilovic a lo largo de sus 93 años de vida en Punta Arenas.
Hijo de un matrimonio llegado a la ciudad desde la isla de Brac (“aunque de pueblos distintos, ya que tenemos raíces en Praznica y en Donigi - Humac”), recuerda que su padre buscó oro en Tierra del Fuego y en las islas del canal Beagle. Que tuvo taxi, un Ford T, que el paradero de la Plaza de Armas estaba frente al Hotel Cabo de Hornos y que fue amigo del padre del obispo Boric.
Dice que el clima ha cambiado muchísimo, “antes, el invierno duraba desde mayo a septiembre y las Fiestas Patrias se celebraban con nieve. Que durante parte de diciembre y enero, prácticamente no había noches y costaba irse a la cama cuando todavía, a las once de la noche, estaba claro, había luz del sol. Claro que los inviernos eran diferentes: nevaba tanto que había que hacer ‘trincheras’ con el metro de nieve que cubría las casas, las calles y los pocos autos que había entonces”.
Es uno de los seis hijos del matrimonio formado por Antonio y María, obviamente ya fallecidos, estudió, primero, en el Colegio Inglés de Punta Arenas “y aprendía a jugar cricket”, pero después del temprano fallecimiento de sus padres, siguió estudios en el Liceo San José.
“Tuve la suerte de trabajar, como asistente o mayordomo de la familia Menéndez Behety: después, con la familia Montes Pello, dueños de enormes fortunas, dos de las más grandes de América, cuyo origen estaba en Punta Arenas. Eran personas muy sencillas. El Palacio Montes, por ejemplo, lo conozco desde el sótano hasta el mirador”, y sus descendientes han llegado a su casa, confidencian sus hijas María Angélica y María Alejandra, “porque se acuerda de todos ellos, de sus lazos matrimoniales, de todo, con una lucidez que sorprende”.
Hizo el servicio militar en el Regimiento Pudeto. Conoció personalmente al entonces teniente Ramón Cañas Montalva, “cuando nos llevaron a trabajar en la reconstrucción del Fuerte Bulnes” y en su libreta de enrolamiento se lee que cumplió con ese deber un año completo “y en la sección de ametralladoras”, de abril de 1944 a abril del año siguiente.
Después ingresó a la Fuerza Aérea y estuvo en Bahía Catalina, “con estación aeronaval y apenas tres aviones” e inició una carrera profesional que duró más de tres décadas.
Compartió con destacadas personalidades de la institución y del mundo político. Sonríe cuando recuerda que “conocí al primer astronauta soviético, Yuri Gagarin, quien vino a conocer el Estrecho de Magallanes en tiempos del Presidente Allende, y traía como guardaespaldas a cuatro personas macizas, fornidas, vestidas de negro, que lo cuidaban mucho”.
Agregó que “también estuve en Jerusalén, para la Guerra de los Seis Días, porque la FACH me premió con  esa destinación por un año. Vivía en la embajada, pero conocí muy bien la ciudad”.
Cuenta que estuvo casado 26 años con Marina Estela Penna Leiva, “cuando ella falleció, me dediqué a mis hijas, porque para mí el matrimonio es uno solo”.
Sus hijas dicen que tiene “una gran memoria” y que, en una oportunidad, cuando la FACH le rindió un homenaje por sus años en la institución y su impecable hoja de servicios, deslumbró a los jefes, a los otros oficiales y al personal, con el detallado conocimiento del que hizo gala, recordando, entre muchos, al general José Berdichevsky, ampliamente conocido en la zona y en el país.
“Nuestro padre irradia cariño y recibe mucho cariño. La gente lo saluda en la calle. En una oportunidad decidió ir a pintar la bóveda familiar y el taxista que lo llevó no sólo ayudó con los tarros de pintura, las brochas, sino que, llegando al cementerio, estacionó el coche y le llevó esos materiales hasta la misma bóveda. ¿Quién era ese amable taxista? No lo sabemos, pero lo recordamos siempre por su amable gesto, como aquella persona que le abrochó el cordón de su zapato o que le ayudaban a cargar los paquetes con sus compras”, recordaron sus hijas.

Testimonio
“Yo estoy feliz con mi vida. Me siento feliz de estar vivo” y con una lucidez que ya se quisieran otras personas de menos años. “Autovalente, gracias a Dios”,  se cuida y lo cuidan mucho y nadie podría afirmar, a simple vista, que ya cumplió más de noventa años.
“Mire, todo ha cambiado, las personas, hasta la luz, porque cuando yo iba a la Misa del Gallo, había luz cuando entraba a la Catedral y empezaba, pero tampoco estaba oscuro cuando terminaba. Ahora parece que hay menos luz, como que hubiera avanzado la oscuridad”, reflexionó, mientras sus hijas derrochan cariño, atenciones y palabras de tierno contenido para su padre, un verdadero tesoro humano vivo, testigo de la historia de Punta Arenas y su gente.

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