Beatrice Ferrara es una investigadora independiente y doctora en estudios culturales y poscoloniales. Se ha dedicado a trabajar en ciber-cultura y cultura del sonido. La artista viajó desde Europa hasta la Patagonia para conocer el movimiento en torno al arte contemporáneo y los nuevos medios, que hoy tiene lugar en Punta Arenas. La italiana visitó recientemente Magallanes, tras la invitación que le llegó para asistir al Encuentro de Arte Contemporáneo y Nuevos Medios Lumen 2018, organizado por la Red Liquenlab.
Tras su paso por la región, la investigadora amplió una invitación a Sandra Ulloa y Nataniel Álvarez, artistas contemporáneos de Magallanes y co-directores de la Red de Intermediación Liquenlab y el Encuentro Lumen, para que viajen a Europa a presentar su obra.
En conversación con Diario El Pingüino, la italiana dio detalles de la invitación cursada a los investigadores magallánicos.
-¿Cómo se gestó esa invitación para que el colectivo viajara a Italia?
“La invitación al colectivo Última Esperanza, a trabajar y realizar una obra en Italia, surgió de la conciencia de compartir algunas inquietudes comunes respecto a temas y enfoques que nosotros íbamos investigando y explorando en este proyecto y que están bien representados en la práctica de ellos también. Me refiero principalmente a la relación ineludible con el territorio, más específicamente con territorios que podrían definirse como “marginales” o “periféricos”, Una condición que se acerca mucho a las áreas rurales del sur de Italia y Patagonia”.
-¿Por qué invitar al Colectivo ÚltimaEsperanza a trabajar en Italia?
“En la práctica artística del Colectivo Última Esperanza, se incluye una fuerte relación con el territorio que conlleva una inquietud por investigar la experiencia cotidiana de “pertenecer” a un espacio. También conlleva la necesidad de enfrentarse a un concepto muy complejo como el de “comunidad”, para ahondar los diferentes sentidos de “identidad” sin ceder a un mero repliegue identitario. Además, esta relación se traduce en un esfuerzo para armar una visión “ecológica” del territorio que incluye pero no se limita a las preocupaciones medioambientales, sino más bien intenta hacer emerger toda la complejidad del mismo territorio, donde coexisten diferentes formas de vida, tanto humana (quienes habitan el territorio) como no humana (como por ejemplo los elementos de la naturaleza, el agua, el viento)”.
-¿Cómo se gestó esa invitación?
“Nuestra primera invitación al Colectivo Última Esperanza a trabajar y realizar una obra en Italia surgió de la conciencia de compartir algunas inquietudes comunes respecto a temas y enfoques que nosotros íbamos investigando y explorando en este proyecto y que están bien representados en la práctica de ellos también. Me refiero principalmente a la relación ineludible con el territorio, más específicamente con territorios que podrían definirse como “marginales” o “periféricos”, tanto en el sentido de su posición geográfica como de su posición discursiva en las representaciones emitidas desde un supuesto centro de poder. Una condición, esa, que acerca mucho las áreas rurales del Sur de Italia y Patagonia, no obstante importantes diferencias entre estas tierras”.
-¿Cómo es la relación con el territorio que observas en la obra del Colectivo Última Esperanza?
“En la práctica artística del Colectivo Última Esperanza, la relación con el territorio conlleva una inquietud por investigar la experiencia cotidiana de “pertenecer” a un espacio. También conlleva la necesidad de enfrentarse a un concepto muy complejo como el de “comunidad”, para ahondar el los diferentes sentidos de “identidad” sin ceder a un mero repliegue identitario. Además, esta relación se traduce en un esfuerzo para armar una visión “ecológica” del territorio que incluye pero no se limita a las preocupaciones medioambientales, sino más bien intenta hacer emerger toda la complejidad del mismo territorio, donde coexisten diferentes formas de vida, tanto humana (quienes habitan el territorio) como no humana (como por ejemplo los elementos de la naturaleza, el agua, el viento)”.
Katherine Oyarzo