Un precandidato presidencial de Chile Vamos señaló en una reciente entrevista, que no podría participar en una elección primaria en donde estuviera también el líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, tratando con ello de situarse en el centro político y aislando a los extremos, según se desprende de sus palabras. Situó a dicho partido en la extrema derecha, compartiendo el mismo discurso que la izquierda de nuestro país. A propósito del pacto para que la derecha y/o centro derecha pudiera presentar una lista unitaria para las elecciones de constituyentes, líderes de partidos de esa coalición señalaron que el pacto con los republicanos sólo se limitaba a esa elección, y que no la contemplaban para otros comicios, pues una vez más, intentan situarse en el centro y para ello, está de moda entre tales políticos, apartar a los republicanos, asemejándose nuevamente vez a la izquierda y quizás, tratando de no incomodarla. Si bien estas declaraciones y otras similares pudieran ser tomadas por algunos como tácticas eleccionarias, a mi parecer tiene un trasfondo y dejan ver definiciones de cierto calado, que tienen su eje en el grado de libertad que se le otorga o reconoce a los ciudadanos.
Muchos políticos de derecha no ven ni perciben en profundidad las amenazas que diariamente y norma tras norma, sufre la libertad en nuestro país, y en esta mala percepción, se emparentan con la izquierda, que desconfía del ser humano y de su capacidad infinita de progreso. Por eso el título de estas líneas, pues estamos en presencia de una derecha “progre”, que habla en lenguaje “inclusivo”; que está dispuesta a subir y a cobrar más impuestos a las personas para financiar más funcionarios públicos que ingresarán a la administración gracias a un padrino político, en un buen porcentaje; que ve en el Estado la institución que mediante dádivas, subsidios, transferencias directas en dinero, mantiene a gentes dependientes económicamente de burócratas y políticos que de tanto en tanto, le pedirán la retribución por el favor concedido. En definitiva, una derecha que se camufla de progre o para no ser de derechas, no vaya a ser que ese mote le perjudique ante un electorado más de izquierdas.
Pero vemos que frente a esta derecha proge, se van alzando alternativas libertarias, que creen profundamente en la libertad de cada persona de desarrollar su propio proyecto de vida, sin que un funcionario público intervenga o decida en nombre del Estado su devenir como ser humano. Y esta esfera propia de libertad alcanza obviamente a las actividades económicas y a todo tipo de emprendimiento, sea social, deportivo, cultural, etc. Una derecha que dignifica al ser humano, pues le reconoce su individualidad y su derecho a la vida, que es única e irrepetible y por ello, es un aporte a la sociedad. Una derecha que entiende que el Estado debe dedicarse sólo a actividades que por su especial función, exceden naturalmente a las posibilidades individuales, como la defensa nacional, por ejemplo. Una derecha cuyo alto compromiso social está en sacar a las personas de la pobreza, pues no existe mayor epopeya social que elevar el nivel de vida de las personas para que puedan darle una vida más digna a sus hijos. En Chile desde los años noventa, se ha ido matando el alma nacional, pues son miles o millones de chilenos que están pendientes y dependientes de qué regalo le hará el gobierno de turno; qué oferta les hará, qué gratuidad les dará, antes que pensar qué buen trabajo, qué buen salario y a qué buenas condiciones de vida les elevará.