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Columna de opinión

Cuando el sentido de la ley es claro

opinion
14/08/2022 a las 10:44
Periodista Web 3
1020

Guillermo Mimica Cárcamo, Escritor

¿Quién iba a imaginar, hace un año, cuando algunos pensaban que la nueva etapa de la historia ya estaba trazada y que sería en banco la página en que se empezaría a escribir su relato; cuando millones de chilenos confiaban en que la Asamblea Constitucional, democráticamente elegida, sería capaz de conducir los anhelos de tantos postergados; después de ese enorme e inédito resultado electoral en favor del cambio de la actual constitución y de tantos otros símbolos expuestos, que solo unos meses después, estaríamos esperando un resultado que hasta podría definirse por nariz en un fallo fotográfico?

Sobre lo sucedido para explicar este cambio, probablemente, no encontraremos explicaciones de consenso. Personalmente, tengo varias, y las expondré en el momento oportuno. He escuchado muchas que reflejan desconcierto, inquietud, decepción de quienes cifraban sus esperanzas en el proceso constituyente. Cada cual asumirá su responsabilidad dentro de poco y, a solo días del plebiscito, pareciera que los dados ya están sobre la mesa, listos para rodar. Hemos tenido la oportunidad de informarnos, sopesar y decidir. Dentro de ese marco incierto, solo destacaré un aspecto del proyecto que, a mi juicio, podría condicionar el resultado: la complejidad del texto.

La propuesta está redactada de tal manera, que para una mente normalmente constituida, resulta dificultoso —por decir lo menos— comprender todo el articulado y, más aún, medir sus alcances. Le comentaba hace unos días a un destacado columnista dominical, quien se quejaba de su dificultad para comprender el texto, que don Andrés Bello nos había legado un principio jurídico simple: “cuando el sentido de la ley es claro, no se desatenderá su tenor literal, a pretexto de consultar su espíritu” (artículo 19 del código civil). Todo indica que este proyecto no brilla por su claridad. Cuando nos hemos pasado meses escuchando a tanto experto y debatiendo acerca de la interpretación o sentido de muchos artículos redactados a veces en forma redundante, cuando los mismos ex convencionales pueden argumentar con elocuencia una cosa y, luego de una pregunta fundamentada, afirmar, sin siquiera ruborizarse, lo contrario, es de presumir que navegamos en medio de aguas turbias que podrían volverse turbulentas. Quien escribe, habiendo leído exhaustivamente todos los artículos, y tomado debida nota de la cantidad de derechos que el texto reconoce, habiendo además subrayado faltas gramaticales, incongruencias, numerosas repeticiones y fundadas discrepancias, ha llegado a la conclusión de que debe confesar humildemente su ignorancia. Y como tonto aún no me considero, afirmo, sin complejo, que este borrador de constitución no está hecho a prueba de tontos, ya que en tal caso, sería yo el mejor ejemplo de necedad.

Las aleatorias encuestas señalan que, mayoritariamente, los ciudadanos quieren aprobar o rechazar para “reformar”. Lo que no deja de ser una enorme paradoja y tiene para mí un amplio significado, ya que viene también a relativizar mi propia inepcia con eso de “mal de muchos, consuelo de tontos”. Estimo contraproducente que se busque modificar un texto recién redactado, aún no sometido a plebiscito. Los partidos de gobierno han estado negociando lo que sería “modificable” en el texto que —reiteremos— aún no ha sido aprobado o rechazado por la ciudadanía. Al tratar de comprender lo que hay detrás del insistente deseo de modificar tan rápidamente este borrador, que es como un pan caliente que viene saliendo del horno, estimo que es probable que no haya quedado del todo bueno. O bien se les quemó, o le faltó horneado. ¿Cómo explicarán razonablemente a la ciudadanía que se debe votar por un proyecto que será modificado después? En lo inmediato, quienes votarán por el apruebo, lo harán más por defender una ideología o apoyar al gobierno, que por la pertinencia de la propuesta. Esta semana, leí la entrevista de un ex Intendente que votaría apruebo, pero que confesaba no haber leído todo el texto. ¡Caramba! Otros, que votarán rechazo, apuntarán sus dardos contra el gobierno o defenderán también sus posiciones ideológicas. A esta dicotomía, habría que agregar a quienes votarán sin comprenderlo del todo —y me incluyo— lo que resulta lamentable, ya que hubiéramos preferido haber evaluado plenamente nuestra opción para tan magno evento.

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