Nadie tiene todas las verdades, los argumentos o todo el saber. Lo que manifestamos son puntos de vista provenientes de nuestras creencias e ideologías, algunas aceptables otras absolutamente repudiables porque atentan contra la convivencia o los principios que establecemos para vivir en armonía. Admito que fue un camino largo el aceptar y entender que no todos tienen que coincidir con mi manera de pensar, que la tolerancia y la convivencia cívica y democrática tiene que ver precisamente con ello: tolerancia, respeto, diversidad, aceptación de la soberanía popular que -de tanto en tanto y sólo para aquello que le conviene al sistema-, acude a las urnas, pero en la práctica simplemente “no nos pescan”… Por estos días, la alternativa que se nos presenta enciende las pasiones, la cosa visceral, ese asunto definido como algo intenso e irracional. Y esto es lo que prevalece en la mayoría: el argumento del cuajo, de la tripa, esa cosa muy instintiva, muy carente de solidez, de bases, de garantías, de respaldos… Todo es pasional y, como tantas veces lo he repetido, no defendemos el bien común, no pensamos en sociedad y sólo analizamos aquello que coincida con nuestra ideología y más específicamente, con nuestro ideario político-partidista. Enrabiado (para no escribir otra cosa), con esta clase política y su maldita costumbre de apoderarse de aquello que no les pertenece, aparecen los acuerdos, los pactos, los arreglines, las detestables “cocinas” que se arrogan -porque es arrogancia pura-, que son ellos y exclusivamente ellos, los que tienen la solución, las recetas y el modo de cómo sobrellevar esta disyuntiva que ellos mismos crearon (sin medir consecuencia alguna), cuando se lanzaron en la maraña de firmar acuerdos y pactos sin saber cómo salir de ellos y cuál sería el costo para la convivencia cívico-política tan frágil de nuestro país. Nada de extrañarse si pensamos que los que ayer hacían gárgaras con las “cocinas” políticas, hoy instalaron una a todo terreno, versión 2.0, último modelo y, he aquí la contradicción casi vital, son los mismos que ayer escupían a cuanto adversario ideológico se les presentara y hoy andan todos “amiguis”. Los mismos que reivindicaban la “voluntad y el poder popular”, hoy cierran filas y se encapsulan en esa realidad tan extraña que es la cámara de diputados y senadores entronados en ese elefante blanco (harto ostentoso el edificio y ellos), que pasándose por cierta parte que no voy a nombrar lo que la mayoría dijo en el plebiscito pasado, alzaron la consigna de siempre de “no se oye, padre” y, como tantas veces, como siempre se ha hecho (los mismos que dijeron que no cometerían ese error), hoy se olvidan que un 80% de la ciudadanía les dijo que no los queríamos ver ni en pintura en este proceso, que alejaran sus manos llenas de intereses que van en contra del pueblo y sin embargos hoy nos dicen que son ellos los que tienen la varita mágica: ni Harry Potter se atrevió a tanto… En esta vorágine de idas y vueltas, lo único que logran es confundir, decepcionar como siempre, sembrar la desconfianza cuando debiesen hacer todo lo contrario… Urge unidad, claridad, es urgente y necesario demostrar visión de país, sentido común que, como tantas veces también he escrito, es el menos común de los sentidos. ¿Qué se ha logrado?: en una gran mayoría un desfile de insultos, de descalificaciones, de groserías, ausencia total de racionalidad y fines claros. No estamos entregando razones para cada posición, estamos atacando, llegando a un nivel de descalificación que va en escalada: fachos, zurdos, “retrazo”, ignorantes, quieren todo gratis, flojos, etc., etc., etc. Sería deseable que nuestras autoridades y líderes electos, pongan una cuota de cordura, respeto, y tolerancia y no nos lleven a la lógica de las trincheras que tanto daño nos ha hecho… ¿Se puede mejorar, avanzar?... Pero por supuesto que se puede, pero para eso se necesita voluntad y autoridades a la altura de sus cargos. Nada bueno ha surgido de la intolerancia, nada… Para todos, como siempre, un abrazo.
P.D.: menos para los agoreros de la descalificación y para los que han hecho del “vaivén” una nueva forma de hacer política.