El lenguaje, poderoso instrumento. Hablar una lengua es gran cosa, es valerse de unidades de sonido y de significado para comunicar, para comunicarse, darse a entender con los demás. Este ejercicio de largo aliento, de permanente uso, ocurre, las más de las veces, sin ton ni son, ocurre no más. Las palabras como unidades de significado portan ideas, conocimientos, valores, sentimientos, y más, mucho más.
Para expresar dichas ideas, primero estas asoman en nuestra mente, en nuestra memoria, y luego, ya son expresión oral, sino expresión escrita o, tal vez, expresión somatolálica, además. Nos valemos de signos sonoros, de signos gráficos o de gestos.
Las más de las veces lo hacemos no más, sin detenernos mucho en si obramos de modo correcto, apropiado, pertinente. Quizás, si advertimos alguna impropiedad, lapsus linguae, por ejemplo, corregimos el error, la falta. Si fuera escrito, lapsus cálami, en este caso, también ejercitamos la corrección. En la expresión somatolálica, el error también podemos enmendarlo con una expresión o gesto adecuado, corregido.
Paso al ejercicio lingüístico consuetudinario, al uso corriente, esta práctica recurrente nos lleva muchas veces a hacer uso de expresiones que hemos aprendido, conocido, fijado solo por el ejercicio práctico, sin inquietarnos por su pertinencia, la propiedad de su significado, ni siquiera de su contexto de uso, la empleamos, no más.
He allí, el caso. Las usamos, las volvemos a usar, y así, por siempre, sin que nadie nos salga al paso, sin advertirnos de su pertinencia.
Esta vez, me referiré a unas formas lingüísticas dependientes, que tienen significado, pero que no pueden ser dichas de manera autónoma, pues su uso es dependiente. Se trata de una colección, de un conjunto de morfemas afijos, prefijos, en realidad, porque ocurren antes de la palabra a la que se anexan.
Algunos prefijos: a-, ad-, anti-, bi-, des-, extra-, inter-, mega-, poli-, peri-, pro-, retro-, sub-, tri-, entre tantos otros.
Me estacionaré en el prefijo re-, que ya anticipamos tiene al menos cuatro acepciones, no una sola. Significa, “oposición”, como en rechazar. Significa “intensificación”, como en recargar. Significa “movimiento hacia atrás”, como en refluir. Y significa “repetición” como en reeducar, repensar, reconstruir, reimaginar, renacer.
Y me quedo con esta palabra. Renacer. No les quepa duda alguna, renacer es volver a nacer, una acción que se repite, y este efecto semántico se debe al prefijo re-. De todos modos, aclaro que lo que piensen, como lo piensen, es más bien en sentido figurado que real. Es un sentimiento, una apreciación, una sensación. Del renacer que hablo es recuperar la vigencia o importancia que una cosa o algo tenía en un periodo de tiempo anterior.
Así las cosas, de lo que se trata, es que este tiempo de zozobra, de inquietud, de desasosiego, de preocupación, ha de quedar atrás, y así con reflexión, paz, oración, silencio, retiro,… renacer, volver a nacer.
Podría decir varias veces la palabra renacer, quizás hasta la saciedad, podría escribir varias veces la palabra renacer, completar un pizarrón o llenar una “plana” del cuaderno, pero lo que hacemos es solo un acto mecánico, de pronunciar sonidos, de dibujar unas letras, muchas veces; así solo ponemos en ejercicio la forma, la estructura, la apariencia de una palabra, pero poca atención damos a su significado. El desgaste de la forma afecta el contenido. Y no nos ocurre solo con esta palabra, sino con todas.
(Pongan atención a lo que se dice, pongan atención a lo que se lee).
¡Apuremos el renacer, demos forma al renacimiento!