El Padre Eterno ha llamado a su presencia a un hombre que dedicó gran parte de su vida a cumplir su mandato de amar servir al prójimo, especialmente a los que menos tienen.
Lo conocí hace ya años, cuando caminé, subí y bajé por las calles y escaleras de la Población Fitz Roy, pidiendo ayuda para una familia que carecía de los medios para el funeral de uno de sus hijos fallecido el día anterior, en forma trágica, como yo ya sabía porque trabajaba para el diario “La Prensa Austral”, pero sólo hasta ese encuentro no sabía más detalles de esa familia.
Me impactó su actitud y su gesto, porque trasuntaba dolor propio y ajeno, ya que él no era parte de la familia golpeada por una tragedia tremenda, ya que perder un hijo es, de verdad, una tragedia mayor.
Seguimos en contacto desde entonces y pude constatar que había sabido superar los obstáculos de una vida difícil, pero mantenía su espíritu solidario, generoso, desinteresado, tan magallánico, tan chileno, de servir a los demás sin esperar recompensa alguna y ser el primero en servir y el último en ser servido.
Fue apetecido por algunos señores y señoras políticas para que se pusiera a su servicio, pero el activismo no era lo suyo porque optaba por su labor como maestro de la construcción, en el cementerio de Punta Arenas y donde se le pidiera trabajar junto a su amigo de siempre, Juan Alejandro Secul.
Su espíritu de servidor público, muchas veces le pidió más y casi con lo justo para sobrevivir, siguió ayudando a los demás, especialmente a los adultos mayores, soportando e ignorando críticas de aquellos que, imbuidos de un puritanismo falso y tendencioso, altamente ideologizado, tal vez motivado por su propia incapacidad de gestión.
“El Cuata”, hijo de una distinguida familia que le enseñó a ser solidario, descuidó su propia salud y ese descuido lo pagó caro, pero su servicio a los demás, su capacidad organizativa y el poder sumar voluntades a quienes no tenían casa propia, perdurará en cada techo, en cada muro, en cada ventana de las viviendas por las que lucho en oficinas burocráticas y en las calles d nuestra ciudad, donde muchas veces estuvimos juntos, cuando aún no aparecían los payasos oportunistas que nunca han de faltar, y en cada plato solidario que él y sus amigos más cercanos hicimos posible en muchos domingos en la sede de la Junta de Vecinos “Fitz Roy”, estimado amigo Héctor Aguilar Cárdenas: que el padre eterno te dé descanso en paz por la eternidad, fuerza y consuelo a tu distinguida familia y amigos, que somos miles y que tu obra persista por el bien de todos los que se beneficiaron de ella y aprendieron a conocerte mejor cada día…
“Cuatita querido”, gracias por todo y no te olvidaremos, porque la verdadera muerte es el olvido y este no es el caso…